miércoles, 25 de febrero de 2009

Nanashima

Aquéllos que vivieron su juventud en los años 1940’s o 50’s pueden presumir que disfrutaron la era de oro del cine mexicano, quienes vivieron en los 60’s y 70’s se jactan de ser parte de lo que muchos consideran la mejor época del rock. Después vino la generación X, llamada así por lo intrascendente que se le considera. Lo único que nos legó fue a Kurt Cobain y el pobre está por cumplir 15 años de muerto; la generación que le sigue, la mía, también es considerada como una carente de identidad mediante algún medio de expresión afín a su época. Pero no es cierto. Mi generación, puedo decir con orgullo, tiene los videojuegos. Y como el cine y la música, los juegos han pasado de ser un entretenimiento a un arte y finalmente a una industria establecida y de ganancias multimillonarias. Y, así como muchos consideran que éstos o aquéllos fueron los mejores días del cine o de la música, millones de personas atesoramos los momentos vividos a finales de la década de 1980 y la primera mitad de los 90’s, la llamada era de los 16-Bit, como lo mejor que la industria del videojuego nos ha legado.

Existen montones de argumentos a favor y en contra de esta afirmación. Y yo la apoyo. Pero mi propósito actual no es crear una tesis sobre dichos argumentos. Sólo me enfocaré, por ahora en uno, la música.

Durante los 80’s y a principios de los 90’s, el temprano avance de la tecnología videojueguil no daba mucho para trabajar la cuestión superficial (me refiero al apartado audiovisual) de los juegos. Componer una melodía para un videojuego era una ardua tarea para los músicos, quienes tenían que arreglárselas con una limitada variedad de beeps para crear los temas sonoros. Y aun así, lo que hicieron en esos tiempos Koji Kondo (of all names) o Nobuo Uematsu, por mencionar a los nombres más cotizados del medio, fue simplemente memorable. Hace 15 años, cualquiera podía tararear el tema del primer nivel de Super Mario Bros. y no sólo eso, recordar además el “arreglo” original compuesto por simples zumbidos electrónicos. Hoy día, en juegos recientes protagonizados por el plomero gordinflón (ese cuate es otro rollo, de él también podemos escribir libros y libros discutiendo su papel en todo esto) escuchamos con toda naturalidad el mismo tema o variantes de él en versiones orquestadas o incluso podemos ver quienes se atreven (con admirable éxito, debo reconocer) a subir videos en youtube en los que interpretan dicha melodía con guitarras eléctricas. Y aunque se oye impecable, nada es como la magia original que hace 20 años sentimos (porque yo jugué Super Mario Bros. antes de leer).

Por ahí incluso hay quienes etiquetan a estas viejas melodías como “música de 8 bits” o “música de videojuegos” como si de un nuevo género musical se tratasen. Hasta existen bandas, como los inefables Mini Bosses, dedicadas a interpretar melodías de videojuegos tratando de imitar lo más cercanamente posible el sonido original. Durante una década disfrutamos de esta maravillosa escuela musical. Todavía en los años 90’s, el Super NES y el Sega Mega Drive (conocido en América como Genesis), aunque poseían una mejor calidad de audio y contaban con chips diseñados específicamente para música, seguían sonando como máquinas. Simplemente el catálogo de beeps para elegir al momento de crear las tonadas era más amplio; era como si hubiera pasado de ser un pequeño conjunto a una big band, pero que conservaba la esencia de su estilo. No obstante, como todo lo bueno, tuvo que terminar algún día.

¿Qué sucedió? Sencillo. La tecnología avanzó, y con la llegada de las consolas de 32-Bit, que trabajaban con CD-ROM’s, con las ventajas que el sonido digital y el gran espacio de almacenamiento de datos acarrean. Desde entonces la música de los videojuegos se compone de archivos MP3 creados previamente y digitalizados al CD. Punto final. Música convencional. Es decir, desde 1995 la música de los videojuegos es como la de cualquier película de nuestros días: flamante rock and roll y géneros afines (ya se sabe: electrónica, punk, metal, dependiendo del tipo de juego); ocasionalmente algunos RPG’s incluyen música orquestada con ensambles vocales, pero hasta ahí. Me encanta el rock, amo al música clásica y todo lo demás, y no puedo negar que los videojuegos suenan grandiosos, pero mi punto (y el core de este escrito) es que nada hay en la música de estos juegos que la distinga de lo que encontramos en MTV o en los anaqueles de cualquier Mix Up. La música de videojuegos como género musical ya no existe, y eso es muy lamentable. Existen claro, intentos de imitación como el Nintendocore o actos tributo (si tenemos montones de bandas tributo a Queen, a los Beatles o a los Doors, ¿por qué no bandas tributo a la música de los viejos juegos?) como los ya mencionados Mini Bosses, pero ya no hay nada original. Y eso me pesa mucho.

Dadas las limitaciones que la tecnología enfrentaba a los viejos compositores, ya que sólo podían crear música instrumental, y que ésta se repetiría incesantemente mientras el jugador continuara en el mismo nivel, los músicos se encontraban con el reto de crear “canciones” que fueran variantes, a diferencia de la música rock y otros géneros populares contemporáneos en los que un riff domina la canción y se repite casi todo el tiempo. Así, las melodías usadas en juegos eran como sinfonías de bolsillo (lo siento, me robé el término de Brian Wilson y sus Good Vibrations, pero aplica. Además el viejo sabe que lo amo). Y díganme, ¿quién en la música popular contemporánea vive de piezas instrumentales? ¿Quién crea canciones con variaciones en una misma pieza? Quizás los músicos del progresivo, pero nada más. Por ello es que la música de los antiguos videojuegos era mucho más novedosa no sólo que la de juegos modernos, sino incluso me parece más interesante y propositiva de lo que Coldplay o los Arctic Monkeys nos ofrecen hoy. No en balde la mitad de la música en mi teléfono celular proviene de juegos y se compone de ruidos electrónicos que mi hermana aborrece cada que subo el volumen al máximo.

Es por ello que inicio una campaña de rescate a favor de esta música. Quiero mi música de 8 bits de vuelta. ¿Quién se une?

El título de este texto, Nanashima, es el nombre de una melodía de un juego de Game Boy que desde hace unas semanas escucho unas 5 veces al día, y que fue la que me inspiró a escribir esto cuando yo lo que quería era escribir algo que homenajeara a George Harrison en su cumpleaños número 66. Echémosle la culpa a un simple giro del destino.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Historia de un San Valentín

Y finalmente éste lo escribí ayer, así que ya estamos actualizados...

I. Sex shop universitaria

No suelo celebrar el día de San Valentín, siempre ha sido una fecha indiferente para mí, con la excepción del año 2004. Sin embargo, después de cinco años, un reciente enamoramiento amenazó con ponerme en estado patético-depresivo que arruinaría mi fin de semana, de no ser porque unos días antes, de la noche a la mañana, me curé y el cínico e insensible al amor Jonathan Vega regresó. Ya me extrañaba, sin duda.

Este retorno al buen camino me permitió, una vez más, percibir desde una perspectiva fría los festejos sanvalentinianos de este año. Comenzando el viernes 13. Por un lado, el día de la semana atrajo a montones de chistosos haciendo bromas al respecto, y claro, esperando ver el remake de la clásica película de terror Viernes 13. Por el otro lado, mis compañeros se besaban en clase y algunas muchachas consideradas regalaron paletas de caramelo. Lástima que no me gustan esos dulces. Hubiera preferido un chocolate, pero uno no siempre obtiene lo que quiere. De cualquier modo, el no tener novia y que mis amigos estuvieran en clase, trabajando o saliendo con sus propias parejas me puso en una acomodada situación económica: no tenía qué hacer, no tenía a quién dar un obsequio. Así que me ingerí por la boca todo mi dinero.

Uno de mis maestros no acudió a clases. Jamás supe si ello se debió a que aprovechó el día para irse a festejar o si de verdad algo le orilló a ausentarse del salón de clases donde tan pacientemente le esperábamos (y no fue sarcasmo, llegué corriendo a la Facultad sólo para enterarme que no había clase).

De modo que mi amigo Alejandro y yo nos quedamos sin nada que hacer. Le acompañé a la mesa de firmas donde buscamos los horarios de algunos profesores. No era por motivos académicos: él quería saber en qué aulas una amiga suya tendría clases para “casualmente encontrársela” y aprovechar el casual encuentro para invitarla a salir el sábado. Lección de san Valentín número 743: si quieres ligar, debes llevar una estrategia preparada.

Nos tomó bastante dar con los nombres de sus maestros en una lista de varios cientos (podría aventurarme a decir que superaba los mil); jamás me había fijado en lo numeroso del profesorado de la Facultad de Derecho. Pero una vez que lo conseguimos, mi feliz amigo y yo fuimos a las Islas a ver qué desmadre había allí, pues desde donde nos encontrábamos se vislumbraban carpas y el rumor de música interpretada en vivo llegaba a nuestros oídos.

El entertainer que relataba sus piezas, guitarra de palo en mano, era nada más y nada menos que El Mastuerzo, aunque dicho sea de paso, su comportamiento tan tranquilo y pulcro, así como sus canciones más bien trovadorescas y románticas (claro, estábamos celebrando al amor, you idiot!) contrastaban con su típica actitud desmadrosa e irreverente que lo hizo legendario en Botellita de Jérez. De hecho, ni Alex ni yo lo reconocimos sino hasta que alguien más hizo la mención. ¿Qué te hicieron, Mastuezo? ¿Cuándo te pasteurizaron? ¿O es que la edad ya te pegó y te dio el viejazo? A pesar de todo, no tengo nada contra la trova y por ahí interpretó una canción llamada “Prohibido”, sobre el movimiento zapatista, que me hizo pensar que, a pesar de todo, quizá todavía tenía un poco de conciencia social (pero hasta allí, porque a estas alturas el zapatismo ya no es ni rebelde ni snob).

Mientras el buen hombre continuaba su show, mi acompañante (qué marica se leyó eso, Alejandro me matará si lo lee… afortunadamente no lo hará) y yo fuimos a ver qué vendían en los stands bajo las lonas. En cuanto pusimos un pie, señoritas (y no tan señoritas) nos inundaron con volantes que portaban titulares del tipo “escoge con cuidado” (vaya juego de palabras tan original), trípticos con información sobre instituciones de ayuda a adolescentes (creí que los universitarios éramos adultos; vaya, qué bueno que no soy el único veinteañero que juega a ser puberto) con problemas de embarazo no deseado, alcoholismo (¿?), y otras linduras. Algunos de estos panfletos mostraban un diseño por demás curioso que bien vale la pena el reconocimiento. Fue por eso mismo que Alejandro y yo conservamos algunos de los papeles que nos dieron, si bien para estos momentos ya se perdieron en algún lugar bajo mi cama.

En otros puestos nos regalaron muchos condones (no, no los usaré como globos para hacer bromas bobaliconas, ya soy grande y debo darles otro uso. Sólo espero no caduquen pronto, jeje…) mientras un vendedor nos ofrecía juguetes sexuales y paletas de chocolate con forma de pene. El chocolate aparentemente era de buena calidad, por lo que no niego que se me antojó una paleta. Pero considerando su “exótica” forma supuse que sería carísima y resolví comprarme un chocolate barato en el metro más tarde. Además, definitivamente me vería extraño chupando una paleta con esa figura. Claro que la imagen en mi mente era hilarante, pero mi economía es prioridad.

Finalmente me dieron un volante que anunciaba un evento llamado “Bésame mucho”, que se celebraría al día siguiente en el Zócalo capitalino, a las 15 horas, con el objeto de romper el record mundial del mayor beso masivo. ¡Caramba! Puras ideas geniales se nos ocurren a los mexicanos. Por eso siempre arrasamos en los premios Nobel.

De cualquier modo, con las Islas convertidas en una sex shop de baja calidad (al pobre Mastuerzo no lo pelaron mucho), ¿qué podría ser más denigrante ya? Tomé la _________________ (inserte aquí el calificativo que más le plazca) decisión de presentarme al día siguiente en calidad de “reportero” al evento para verlo con mis propios ojos (hay cosas tan estúpidas que sólo puede uno creer presenciándolas por sí mismo) y emitir mi crítica siempre constructiva.

¡Mierda! El tiempo había pasado, y era ya hora de mi siguiente clase. Alejandro y yo nos despedimos y cada quien se dirigió a su respectivo salón de clases. A la salida, me acabé mi dinero en comida y no lo lamento. Barriga llena, corazón contento, y es que, ¿no es el corazón el más característico signo del amor? Ya en el gimnasio quemaría las calorías extra. Un buen viernes, por muy bizarro que haya sido.


II. El besódromo

Sábado 14 de febrero de 2009. El día pesado. Tránsito insoportable, el peor día para salir. No sé si fui un aventurado o un idiota por lanzarme a atravesar la ciudad en un día así y para acudir a un evento que ni siquiera me interesaba.

La situación en la Plaza de la Constitución, una vez que me encontré allí, fue de lo más jocosa: empleados del gobierno del DF vestidos como angelitos (creo que la palabra es “ángeles”, pero debemos ir acorde con la miel derramada ese día, ¿a que no?) portando letreros de “se regalan abrazos y besos”. Había entre ellos, no lo niego, algunas muchachas de muy buen ver, pero me dio asquito besar una mejilla que cientos de personas ya habrían besado tan solo esa tarde, y tanta saliva no va conmigo (ya soy demasiado baboso como para pegarme las babas de los demás). Pero lo más divertido del asunto fue lo que ya muchos suponíamos: los montones de fracasados que, urgidos por un beso, atendieron al evento sin compañía, con la firme intención de encontrar en este día al amor de su vida, o simplemente, ligar a alguien y dar a sus bocas un poco de alimento carnal.

Sujetos de entre 15 y 20 años llevaban improvisados letreros que decían “se busca chava para el beso”. La mayoría estaban más feos que yo, lo cual ya es un decir. Ahora entiendo por qué tuvieron que recurrir a tan original técnica de cortejo. Quien sí me sorprendió fue una chica de unos 17-18 años, preciosa, con un pedazo de papel en su pecho, el cual decía una frase similar a las de sus contrapartes masculinas. Me sorprendió en verdad que alguien así llegara sin pareja. “Tal vez sólo vino a burlarse de los pobres idiotas que se le propusieran. Quizás hasta haga un conteo de ellos al final”, fue lo único que pude concebir para explicar la soledad de esa chava. Considerando que para mí también todo esto era una burla, decidí lanzarme a hacer la pregunta mágica y ver su estilo para rechazar a la gente (a ello, por supuesto, debemos añadir mi fijación por las menores de edad). “Estás muy grande, amigo”, obtuve por respuesta. Sonreí y le deseé suerte en su búsqueda.

Mierda, ¿de verdad me veo tan viejo? Puedo tolerar que me llamen gordo, feo, idiota o calvo, pero no puedo soportar que me llamen viejo. Definitivamente tengo que curarme este síndrome de Peter Pan. Me dejaré la barba y cortaré mi cabello para asumir mi edad. Sniff.

Aun así, el comentario de la niña me causó gracia de todas formas: su expresión, una mezcla de “realmente lo lamento” con un “vete al carajo, pobre idiota” me pareció mágico. También me provocó cierta satisfacción: hace tres meses mi timidez no me hubiera permitido atreverme a decirle algo así a una mujer. Estoy evolucionando.

Artistillas de bajo presupuesto cantaban canciones horriblemente cursis y reporteros de programas de chismes entrevistaban a los asistentes. No entiendo cómo es que se dejaban entrevistar, yo hubiera huido despavorido de las cámaras antes que me hicieran preguntas estúpidas del tipo “¿quieres mucho a tu novia?”, “¿cómo es tu forma de besar?” o “¿crees que rompamos el record?”. Para mi buena suerte, el verme sin más compañía que mi propia sombra (que tampoco era mucha, el sol era insoportable y los lugares oscuros eran escasos) los orilló a mantenerse alejados de mí. Lo más ridículo del ambiente reporteril (del que me desafano por completo, esto lo escribo de manera independiente) fue una tipa que reconocí de algún programa de televisión pero cuyo nombre no puedo recordar. Ella entrevistaba a un sujeto bastante atractivo, de apariencia musculosa y con una muy masculina barba corta, bien delineada, y alguien sugirió que, con motivo de la celebración, se besaran ellos dos. A pesar de que el tipo era, insisto, bastante guapo, y que ella era una gorda cuarentona (o cincuentona quizás) bastante fea (o sea que se iba a ir rayada), él no dudó en plantarle el beso (eso es lo que yo llamo valentía y no mamadas), pero fue ella la que se resistió (¡claro! Está tan hermosa que, ¿cómo rebajarse a besar a un sujeto de esa calaña?), y cada que él acercaba sus labios a los de ella, la ruca se echaba hacia atrás en el último momento. Observé el suceso durante casi media hora, partido de la risa al inicio; después me harté. Pinche vieja cotizada. No sé si al final le dio el beso o no, cuando lo pasen en la tele ustedes me dicen (el hombre en cuestión llevaba una playera blanca con franjas horizontales de color gris, y usaba muletas, para que lo reconozcan, ¿vale?).

Un tipo ataviado en un traje blanco que envidié con toda saña (al traje, no al tipo) se subió al escenario a cantar románticas piezas de jazz para deleitar e inspirar al respetable. Lejos de inspirarme romanticismo, me puse a brincotear cuando interpretó una curiosísima versión de Crazy Little Thing Called Love de Queen. Al hacerlo, pasé dos metros cerca de una señora que me miró con asco y me espetó: “¡Fíjate, casi me pegas!”. La ignoré, pero supe que ya había permanecido yo mucho tiempo ahí, así que me marché.

La cita para el mega-beso era a las 3 de la tarde, pero a las 5 el llamado Zócalo continuaba vacío. Supuse que no alcanzarían el quórum necesario para batir el mentado record y me fui de ahí pensando en lo idiota que todo eso fue. ¿Cuánto dinero habrán tirado a la basura en el proceso? No sé, pero supongo que gracias a este “histórico record cervecero”, una escuela se quedó sin computadoras o una calle sin alumbrado público. Que se jodan los jodidos, siempre lo he dicho.

Me reuní con mi amiga Ingrid y su amigo Gus. Nos fuimos a comer pizza en la calle y la pasamos genial, haciendo estupideces en Bellas Artes. Nadie besó a nadie, sólo bromeamos manchadamente como buenos amigos. Así es como deberían celebrarse todos los días de San Valentín. Mejor aun, así deberían ser todos lo días del año

El erotismo como chiste satírico

(Éste lo escribí la noche de año nuevo, así que es de lo más reciente que tengo)

Comúnmente utilizamos la palabra “sádico” para referirnos a un individuo que disfruta causando el dolor ajeno, más específicamente, hablamos de un placer sexual. La excitación, el orgasmo a través de provocar sufrimiento, físico o psicológico.

Del mismo modo, atribuimos el término a la palabra “Sade”, nombre del marqués francés que desde la prisión escribió un sinnúmero de obras literarias (la mayoría perdidas gracias a las buenas conciencias de la época) cuyo hilo narrativo y común denominador son las aventuras sexuales, muchas veces infortunadas para una de las partes. Orgías, violaciones, azotes, esclavitud, marcas y todo tipo de abusos inundan la lírica sadiana. ¡Sí! ¡Erotismo puro, señoras y señores!

En su época, las obras del marqués de Sade fueron rechazadas por la puritana iglesia católica y demás huestes de la moral y las buenas costumbres, escandalizadas con cada nuevo relato del señor. Pero ante la adversidad, el hombre se ganó su paso a la inmortalidad y el respeto de millones de fanáticos de la pornografía (¡Sade fue el primer pornstar de la historia!) y de la literatura por igual.

Puedes leer Julieta o Filosofía de Tocador y masturbarte durante la lectura, o al finalizar ésta. La narrativa de Sade es tan fluida que con suma facilidad uno se encuentra inmerso en los sucesos, forma parte de ellos a pesar de lo absurdo y ridículo que parecieran a primera instancia.

He ahí el punto: ¡el absurdo, la fantasía! Por ello el éxito del buen marqués entre los amantes, si me dejan considerarlo. Nada mejor que fantasear: para eso son los chats, las películas pornográficas, los juguetes sexuales. Pero esa fantasía hiperviolenta (nota mental: “hiperviolencia”. La Naranja Mecánica es un refrito de Sade, Anthony Burgess es un pirata copión) e hipersexual (y de paso hiperactiva, hipervínculo, me rasco el culo) de Sade, me parece que tiene un significado más profundo. Sus más aferrados seguidores (me sumo y re-sumo en este grupo) lo consideran debido a esto un provocador. Me parece una postura vacía e incompleta.

Porque sí, yo lo considero también un provocador, pero de una manera completamente distinta.

Será mi insensibilidad ante el erotismo (seré un infeliz frígido, pensarán. Probablemente lo soy, pero no les incumbe) la que me hizo ver estos relatos bajo una óptica completamente distinta. Para mí Donatien Alphonse François es en realidad el comediante más brillante e incomprendido de los siglos XVII y XVIII. Tan incomprendido que a la fecha pocos (porque no creo ser el único ser humano que ha adoptado esta postura [¿qué postura? ¿la del misionero? ¿o de a perrito?]) han descubierto este bizarro sentido del humor. Y tengo mis argumentos para ello, déjenme mostrárselos (ahora hasta exhibicionista salí).

Ya mencioné con anterioridad la fantasía e inverosimilitud que reinan en la obra de este señor. Francamente no me trago eso de que dos tipos violan a una mujer (Justina) haciendo uso de vergas tan largas que chocan la una con la otra en el interior de la desdichada y tan duras que desgarran sus entrañas. Pero la eufórica y detallada manera en que lo narra Sade nos lleva de la mano y hace que disfrutemos el relato, con una sonrisa en la boca que al final de la escena se torna en cómplice carcajada. Igualmente, el que esa mujer (Justina) sea golpeada y explotada de brutales maneras durante 20 años de manera casi ininterrumpida y al final el narrador describa que “su cara sigue tan bella como cuando era una joven virgen” me suena a chiste, cuando me sorprende, ya no digamos que no tuviera el rostro lleno de marcas, con la nariz chueca y los ojos birolos, sino el simple hecho de que la señora siga viva. Díganme si esto no es risible, un absurdo y divertido chiste. Eso sin mencionar el compendio de “palabrotas” que usa durante sus narraciones, que lejos de parecerme sádicas y provocadoras de dolor, me hacen pensar en el léxico tepiteño que, no nos hagamos weyes, es en extremo hilarante.

Al final de esa historia, su hermana Julieta, una feliz, rica y poderosa libertina aprende su lección cuando ve a Justina morir partida por un rayo, al descubrir que la virtud es el único camino. Veamos: una mujer rica aprende que sufrir y ser pobre es mejor, porque te recompensa con una muerte estúpida y patética. Esto es una burla de la más culera mala leche y cuando lo leí estallé la mar de divertido.

Pero hay más mala leche en el libro que la propia Julieta protagoniza. En el clímax de esta novela se encuentra mi pasaje favorito de toda la obra sadiana: la opulente Julieta consigue una audiencia con el papa, en cuya compañía protagoniza un encuentro sexoso del tercer y cuarto tipo, culminando con una invocación a Satanás por parte del santo pene, digo, santo padre, al alcanzar el orgasmo. Juro que en pocas novelas he leído algo tan gracioso.

Por supuesto que esto es escandalizador (ah chingá, cuando escribí esta palabra creí que no existía, pero Word no me marcó error ortográfico) y antimoral, pero no por poner al papa como un cruel degenerado, sino más bien por ridiculizarlo a él y a su iglesia toda ante la paradoja de que durante una “misa” invoque al diablo: la hipocresía de un negocio. En el universo de Sade, hay dos tipos de sacerdotes: los peleles y los poderosos embaucadores. Eso es sátira pura, cualquiera puede notarlo. De la misma manera en que Rius critica al sionismo y José Agustín a la política mexicana, del mismo modo en que Monty Python y Lenny Bruce denunciaron la podredumbre de la cultura anglosajona, Sade critica a la estirada sociedad europea clerical de la edad moderna. Y esta manera es el humor, la sacrosanta burla. ¡Dios bendiga al humor!

Para ser sincero, y suponiendo que tengo una máquina del tiempo con la cual estoy viajando a la Francia de 1800, y convertirme así en un obispo francés, al leer este libro pensaría “mierda, este tipo nos está pegando duro con el negociito de Dios”; entonces lo censuraría, pero no lo censuraría “por cuestionar el poder y la autoridad de Dios todopoderoso”. No, si pongo al descubierto eso, la gente sabría que ésa es precisamente la debilidad que no quiero que me golpeen. Entonces, mejor lo censuraría con otro pretexto, para que la gente no se ponga a pensar “¿de veras Dios y la Iglesia son un fraude?”, sino en otras pendejaditas. Así, hago escándalo sobre la obra por su alto contenido sexual y las pobres ovejas (perdón, creyentes) enfocarán su atención en ello y no en el cuestionamiento y burla que hace Sade de nuestro Diosito Bimbo. De la misma manera en que el gobierno y los medios mexicanos hacen escándalos sobre el aborto o las uñas de Niurka para distraer al pueblo de los verdaderos problemas de nuestro país. Afortunadamente a Dios y los suyos, el gusto no les duró demasiado tiempo, pues Nietzsche llegó para quedarse y nadie pudo detenerlo.

Además, más huevos tenía el señor te-las-Poncho de Sade que muchos críticos de nuestra época, pues en lugar de usar un papa genérico como hacen las películas y novelas contemporáneas, Sade explícitamente indica el sujeto de quien se mofa: Pío VI, a quien Julieta incluso llama por su apellido civil, Braschi.

Otra crítica que hace Sade a la moral religiosa la tenemos en Filosofía de Tocador, la cual podemos resumir en que las leyes de la época en contra de la blasfemia son un sinsentido: no son necesarias si Dios no existe, y si es que existe, seguramente no le dará importancia a ataques insignificantes. Menos humor y más crítica, pero igualmente, las experiencias de la joven Eugenia ante las enseñanzas de Dolmancé y Madame de Saint-Ange rayan en lo gracioso por su inverosimilitud. Igual de directo, pero con mucho más irreverencia, es el Diálogo entre un Padre y un Moribundo, debate ficticio con un final de antología en que el sacerdote termina siendo convencido por el moribundo (cuando el objeto de dicho diálogo era justo el opuesto) de que Dios no existe y que una vida libertina y llena de pasiones y excesos es lo mejor que le puede pasar a uno. Divertido por su ironía, hay que echarle el ojo a este texto.

Por lo visto, el Marqués de Sade disfrutó burlándose de la hipocresía desde distintos niveles y no con la misma arma, como la historia nos ha querido enseñar durante casi 200 años. Brindo por una futura reivindicación de Donatien Alphonse François de Sade como el gran humorista negro que fue.

Es por ello que hay que leer entre líneas, los exhorto mis ¿fieles? Lectores, a que dejen de ver a un autor bajo la etiqueta del género al que supuestamente pertenece. Leamos pues, a Sade desde otro ángulo y riamos con él, que su legado tiene que ser redescubierto, y en una época en que todo está de la chingada, un par de risas no están de más. Cierto, podrán acusarme de tener la mente cerrada por no ver en don Alphonse al maestro del erotismo que todos ven en él, pero igual ustedes tienen la mente cerrada por no ver en él al maestro de la comedia que yo veo. Prometo que en cuanto tenga una experiencia sexual satisfactoria, releeré a Sade y les diré si terminé pensando en cosas cochinotas, crueles y despiadadas. Hasta entonces.


Agradecimientos ultraespeciales a Wikipedia, por decirme cómo se escribe el nombre completo del buen marqués y no cobrarme por ello.

Feliz año nuevo.

Acompaña este texto con leche. Todo con exceso, nada con medida.

Jonathan Vega Villarreal

Conociendo a los Beatles

Éste lo escribí en agosto pasado, y gracias a él pasé buenos momentos...

Conociendo a los Beatles: el más intrascendente texto del mundo
(Para Steisy; sé que odias a la gente pretenciosa pero no pude evitar el título mamonamente pretencioso)
Jonathan Vega Villarreal

Uno de mis más antiguos recuerdos me remonta a la primavera de 1992, el día del bautismo de mi hermana menor. Dicho recuerdo incluye, además de una pelea con un niño que muchos años más tarde se convertiría en un gran amigo, mi debut cinematográfico, gracias al video que mi papá realizó de tan magno evento en glorioso BETAMAX. Una de las primeras escenas de dicho filme consiste en un discurso improvisado que di como respuesta a la pregunta “¿qué le deseas a tu hermanita?”, pronunciada por mi progenitor.No es asunto de este texto burlarme de lo cagado que debí haberme visto (imaginen al pequeño Veggie, peinado de jícara, tartamudeando ideas difícilmente inteligentes sobre el cariño profesado a su ya desde entonces fastidiosa pero amada hermana menor) ni la dicha de una infancia perdida (eso ya lo he hecho hasta el hartazgo). En realidad lo que me sigue conmoviendo de ese flashback (porque el video no lo he visto en unos 10 años, tras la desaparición de la cinta que lo contiene) es que, a la par de mi discurso, puede escucharse como fondo musical la frase “Lovely Rita, meter maid”, cantada por un sujeto llamado Paul McCartney. Algo me dice que no es coincidencia la presencia de esa canción en dicho momento, ya que en aquel entonces yo era fanático de una canción llamada “When I’m Sixty-four”, contenida en el mismo CD (que en esas épocas era la novedad poseer esos discos tan “pequeños”) y que de hecho es la que precede a Lovely Rita, lo cual me hace concluir que hasta entonces me decidí a hablar y no antes porque me encontraba muy ocupado cantando mi canción favorita (imaginen a un niño de 5 años tratando de cantar en inglés).Todo esto viene a que, a pesar de que son quizá la entidad musical que más me ha acompañado en la vida, no recuerdo haber escrito jamás algo relativo a los Beatles y no sé por qué. Supongo que por ser quienes son, ya nada se puede decir de ellos y he querido evitar caer en más lugares comunes. Pero quizás un escrito más sobre ellos, aunque no aporte nada, tampoco perjudicará a nadie, y además, un verdadero artista (o simplemente cualquier persona libre) dice las cosas que quiere y cuando quiere. Así que, a raíz de una petición reciente de parte de una amiga, y que esta tarde me encontré una revista de Paul McCartney cuya lectura disfruté sobremanera, puedo decir que el momento ha llegado: me uniré a la infinita pléyade de fans que han vertido palabras sobre tan insigne conjunto musical. Si están sobrevalorados o no (ni siquiera estoy completamente seguro que sean mi grupo favorito, pero ciertamente me encantan y son de las pocas cosas que me pueden conmover en la actualidad), me vale madres, no pienso discutir eso, sino sólo expresar lo que se me antoje sobre ellos y gritar a los cuatro vientos: ¡SOY FANÁTICO DE LOS BEATLES!

Exorcisados los demonios, puedo permitirme proceder (¡miren! 3 palabras consecutivas que inician con la letra P. ¿Consideran eso estético o antiestético? Me cagaré en las reglas de la sintaxis y el buen estilo por el día de hoy) en mi faena.Apenas un par de años más tarde, como cualquier niño que deja sus juguetes viejos arrumbados cuando encuentra uno nuevo, abandoné mi fanatismo por los Beatles y en general por la música cuando los videojuegos (mi otro gran amor) me cautivaron, pero ésa es harina de otro costal. Mas a la edad de 13 años, con el despertar de mi adolescencia, los redescubrí y desde entonces la relación ha sido fructífera y satisfactoria. Ha habido altas y bajas como en cualquier romance, pero dicen que el amor verdadero lo puede todo, y después de casi 10 años de aquel reencuentro, sigo tan enamorado de ellos como la primera vez. Y sigo sin saber por qué.
Más allá de lo musical, este cuarteto ha trascendido mi persona al punto que lo más cerca que he estado de la homosexualidad es cuando contemplo perplejo las mejillas (o más bien la carencia de éstas) de George Harrison, rodeando su amplia sonrisa; fue gracias a él que se me ocurrió tocar la guitarra (si bien nunca pude llegar a nada), debido al chillante pero atrayente sonido de su Rickenbacker de 12 cuerdas (sonido posteriormente copiado por los Byrds, y desgraciadamente atribuido a ellos y no a Harrison, su verdadero artífice), y fue mi admiración hacia él la que me llevó a usar barba entre los 15 y los 20 años y dejarme el cabello un poco largo; también puedo admitir, aunque con cierta vergüenza, que su muerte en noviembre de 2001 es la pérdida que más he lamentado (con el perdón de mis amores no correspondidos y familiares fallecidos, aunque ellos saben que también los quise un chingo). Mi actual dirección de correo (“darkhorse”), se la debo también a una de mis canciones favoritas de este señor, si bien una canción fuera del grupo (bien muchachos, ahora saben de dónde viene mi dirección, ya pueden dormir tranquilos). Y cómo no, su primera mujer (Pattie Boyd) era bella como pocas féminas (y si no me creen, pregúntenle a Eric Clapton, quien le compuso Layla, otra de las canciones más hermosas y desgarradoramente conmovedoras de la historia), y la segunda (Olivia Arias), de orgulloso origen mexicano. ¡Un hijo Beatle tiene sangre mexicana y es hijo ni más ni menos que de George! (ahora hasta patriota me volví…..). Más allá de los Beatles, Harrison me introdujo a la filosofía hindú y a los geniales comediantes de Monty Python, así como a la poesía de Bob Dylan (mi otro súper ídolo) entre otras linduras que a este señor le debo. Gracias George.
Lo lamento, no puedo sentir atracción física por Paul McCartney, pues se parece mucho a la mamá de un amigo mío de la infancia y ello lo considero un poco enfermizo, así que muchachas, pueden estar tranquilas, no les trataré de arrebatar al buen Macca. Pero sí puedo decir que cuando escucho cualquiera de sus composiciones comprendo a la perfección cómo es que se ha convertido, según Guiness, en el músico más exitoso de la historia: sus letras podrán ser tontas, pero Paul comprende lo que es la música, y nadie domina la creación de melodías como él (y si no me creen, escuchen Good Day Sunshine o cualquier otra de su autoría, les apuesto que terminarán silbándola o mínimo moviendo su pie al compás de las notas, se los garantizo, y si no, les devuelvo su dinero). Siempre he odiado a Paul McCartney por su mamonería y por hacerle la vida imposible a George, pero también tiene todo mi amor gracias a sus canciones. ¿Quién podría odiar al ángel que escribió para nosotros joyas inmaculadas como Hey Jude y Live and Let Die (sin mencionar la ya fuera del bien y del mal Yesterday)? Además él fue el genio (y no John, sorry fans lennonianos de hueso colorado) detrás del concepto del Sgt. Pepper’s, álbum cuya divertida y a la vez aterradora portada conformaba parte del atractivo que me ataba al grupo a mis 5 añitos de edad. Aún me da miedo la cara de zombie de Johnny Weismuller en esa foto…

Respecto a Lennon… bueno, vacas sagradas son vacas sagradas. Debido a su prematura y sobre todo, trágica muerte, el hombre se ha vuelto tan inalcanzable que cada nueva película o documental sobre él no hace sino elevar más a este mártir. Espero al respecto que la nueva cinta Chapter 27, que trata sobre su asesinato realmente valga la pena y no sea un acto de necrofagia más. Yoko Ono debería ser más recatada en cuanto a la explotación de su marido muerto. Si yo fuera ella me daría por bien servida y sería feliz sabiendo que influí para bien en la personalidad y talento del buen Johnny: haber inspirado Woman me convertiría en la persona más orgullosa sobre la faz de la tierra. Por cierto que esta canción me acompañó en una de mis más grandes aventuras amorosas, pero la identidad de la pobre desdichada no la reveleré por pudor propio y por respeto a ella. Cierto que fue arrogante, soberbio, depresivo y mamón, además de mandilón (el amor mueve montañas….. o te convierte en un pelele sin voluntad, depende de cómo lo quiera uno ver), pero como sea, John Lennon fue el fundador del grupo y ciertamente las más complejas y chingonas piezas de los fab tour (Lucy in the Sky, A Day in the Life, Strawberry Fields y I am the Walrus por mencionar algunas) las debemos a su autoría. Eso es lo que lo pone más allá del bien y del mal. Por eso John Winston Ono Lennon vive en nuestros corazones… y en nuestros discos y en nuestras pobres carteras que desembolsan su contenido para comprar el último producto de parafernalia lennoniana…
Quien haya acuñado esa famosa frase de “Rigo es amor”, debió ser un disléxico que se comió una N: no quiso decir “Rigo”, sino “Ringo”, y no se refería a Rigo Tovar, sino a Ringo Starr, baterista de los Beatles, dos personas que tienen por única cualidad en común el haberse dedicado a la música. Y es que Ringo podrá no poseer la décima parte del talento de sus tres compinches, pero sí es dueño de un carisma que ni John, Paul y George juntos reunirían jamás. Sólo concibo dos clases de personas que no amen al nacido bajo el nombre de Richard Starkey: aquéllas que no saben de su existencia, y quienes jamás han conocido ninguna clase de amor. Pocas celebridades tan adorables como el buen Ringo, y estoy seguro que cuando muera le llorarán –lloraremos– más de lo que serán llorados digamos, Paul McCartney, Mick Jagger o Bono. Y aun así, entre sus pocas buenas canciones, tenemos algunas bastantes simpáticas (¡qué digo simpáticas, maravillosas!) que justifican su lugar en la historia. Me refiero a la melancólica y algo fetichista Photograph, la juguetona It Don’t Come Easy (ambas co-escritas por Harrison) y esa extraña oda a Acapulco (mariachi incluido) llamada Las Brisas (continuando con el patriotismo, fue en México donde conoció a su actual esposa). Eso sin mencionar que es Ringo quien se roba los filmes de los Beatles: A Hard Day’s Night, Help!, y hasta en caricaturas en Yellow Submarine (canción que de hecho, aunque de autoría lennoniana, es interpretada por Ringo), lo cual le permitió establecer una nada despreciable carrera como actor (aquel que no haya visto una de las películas mencionadas, o alguno de sus “trabajos” solistas como 200 Motels o The Magic Christian, no ha visto cine). Y en términos de mi egocentrismo, el cumpleaños de Ringo Starr es un día después del mío, y el día que Ringo cumplió 60 años (en 2000, el mismo día que yo salí de segundo de secundaria tras haber cumplido los 14 años de edad) fue la última vez que vi a un muy buen amigo, quien por alguna extraña razón desde entonces me persigue en sueños.
Pero dicen que el todo es mucho más que la suma de sus partes y personalmente creo que si estas 4 personas no hubieran coincidido en la misma banda de rock, no hubieran sido una sombra de lo que fueron juntos en ese colectivo bautizado por un hombre sobre una tarta en llamas.
Independientemente de la influencia y simpatía que sobre mí han tenido cada uno de sus miembros, The Beatles como grupo también hicieron grandes cosas por mí: ellos me introdujeron al mundo del rock (quizá ése sea el lugar común más gastado: “me inicié en la música gracias a los Beatles”; afortunadamente aún hay gente cuerda como Peter Gabriel o Joe Strummer que reniegan de ello, aunque no sé si dicha negación sea sincera o mero snobismo, ya que es difícil escapar de la influencia de estos cuatro británicos) y con él al arte en general (o sea, gracias a los Beatles me salvé de ser un chico RBD o algo así, según esta declaración); también debo admitir que gracias a ellos he conocido a un par de grandes amigos y claro, una de mis lecturas favoritas, la revista La Mosca en la Pared, comencé a comprarla cuando los de Liverpool aparecieron en su portada en diciembre de 1999. Y volviendo a mi egocentrismo (que a final de cuentas todos lo somos, quien esté libre eso que arroje la primera piedra. ¿Nadie más? Lo suponía…), puedo presumir que toda esa historia comenzó cuando en 1957 John Lennon y Paul McCartney se conocieron… un 6 de julio, precisamente el día de mi cumpleaños. ¡Muéranse de envida, beatle-fans!

Para bien o para mal, no concibo mi propia vida (y por ende, al mundo) sin los Beatles, pero me alegro que así haya sido, han hecho que este viaje sea menos duro y aburrido y mucho más mágico y misterioso.

martes, 17 de febrero de 2009

Hola?

Después de años de publicar en hi5 y myspace descubrí que esos sitios, aunque tienen opción de bloggear, son más bien redes sociales: catálogos de citas virtuales y nada más. Nadie lee las entradas allí, y ahorita ando muy literato, así que quiero tener un mayor alcance con mis textos. Estoy haciendo una novela, supongo que la publicaré por entregas en esta página. Por eso es que me mudo al blogspot. Mientras termino los primeros capítulos, publicaré por estos días otros textos recientes de mi hi5 para calentar motores. Quien quiera que seas, visitante, eres bienvenido (siempre que no plagies mis textos. Cópialos si quieres, pero dame el crédito porfas). Sin más que decir por el momento, me despido; buenas noches. Dios bendiga la internet.