jueves, 30 de abril de 2009

El último grito de la... ¿moda?

En los por muchos añorados años (¡vaya trabalenguas!) sesenta, la minifalda era el último grito de la moda; en los setenta, la greña afro si eras fresa o los pelos en picos al estilo punk eran el paso a seguir en la vanguardia estética. Cada época tiene su obligada prenda fashionable y la actual no es la excepción. Porque estos días, un accesorio está causando furor en las calles de la Ciudad de México; me refiero, por supuesto, ¡al cubrebocas!

Desde la semana pasada es poco común encontrarse a alguien en la calle que no porte tan elegante prenda. Además es universal pues, como el color negro, combina con todo: no importa si eres un estirado abogado y te vistes de traje para ir al trabajo, o si eres un hippie pandroso, en ambos casos es infaltable usarlo o te tacharán de naco y serás mal visto por la gente. Incluso los darketos usan máscaras de gas en imitación al cubrebocas.

Listo!! Ya estoy a la moda!!

Y respecto de ser mal visto en sociedad el no llevar el dichoso bozal -digo, cubrebocas- es en serio. Porque si no lo traes, eres un potencial enemigo público, ya que puedes portar el mortal virus de la gripa del cochino (como mi amiga Steyss acuñó la frase le doy el crétidto: copyright 2009 by Steyss de Mucci, all rights reserved) que también está bien de moda en estos días, y que ha causado la enorme cantidad de ¡ocho muertes! Debido a la catástrofe de tal magnitud, la ciudad está ya en un pre-toque de queda y si sales, debe ser con cubrebocas o bajo tu propio riesgo de ser contagiado por la estragosa pandemia, si no es que te linchan antes por las razones que ya mencioné.

Esto me huele un poco mal, he de admitir. No digo que no debamos preocuparnos por un caso de esta naturaleza. Toda epidemia debe ser un asunto de preocupación e interés social, pero el repentino pánico que se ha desatado desde el pasado viernes 24 de abril me parece exagerado y por ende no exento de cierto maniqueísmo. Es decir, el miércoles 23, todo iba bien, se sabía de un par de casos aislados y nada más, "cuídense chamacos" era el único mensaje de los medios; pero apenas un día después se anunció que había una epidemia nacional y que por ello desde el día siguiente se suspenderían las clases, con el consecuente paro en toda la ciudad. Pero yo, como todo buen geek, estoy fuera de la vanguardia estilística (out of fashion, dirían nuestros compadres del norte) y ese mismo viernes me fui al desierto de Chapultepec (perdón, al desierto bosque de Chapultepec)... sin cubrebocas. Regresé sano y salvo a casa. Hoy por hoy, apenas seis días después del inicio del escándalo, el estado de alerta se ha elevado a nivel 5 por Keiji Fuckuda (¡juro que así se llama el sujeto que se ha hecho cargo del asunto desde la Organización Mundial de Salud!), que significa que una pandemia es inminente, mientras yo he andado por aquí y por allá recorriendo el DF (incluyendo laaaargos viajes en metro, siendo que otro de los "consejos" para prevenir la influenza es evitar las aglomeraciones, y ¿qué lugar con mayor afluencia que el metro de nuestro Distrito Defecal?) feliz de la vida. O soy inmortal, o todo esto es una farsa.

Continuando con mi sospechosismo sospechoso, tenemos la desinformación de que hace gala la población mundial: en Egipto el gobierno está haciendo matanzas de cerdos, los verdaderos culpables de la enfermedad (con razón la carne de cerdo es pecado). Mentira. Cierto que el virus proviene de los cerdos, de ahí el nombre de la enfermedad, influenza porcina (de hecho su nombre científico es influenza A-H1N1), pero el contagio no proviene de la carne de cerdo. Evidencia científica prueba que actualmente no hay cerdos contaminados en todo el mundo. ¿De dónde provino la enfermedad entonces? No tengo la menor idea, y ello solamente lo hace aún más extraño. Incluso resuelto el misterio, el contagio es, como cualquier virus, a través del contacto humano, mediante el intercambio de fluidos corporales (mocos en este caso, al tratarse de una gripe). ¿Por qué demonios matar cerdos entonces? Ah, y por supuesto, ya nos echaron la culpa de la pandemia (que por cierto, las ocho muertes han sido en México): fuera de nuestro país, la influenza porcina ya es conocida "de cariño" como la Mexican flu (gripe mexicana). ¡Por fin México ha legado algo al mundo! ¡Siéntanse orgullosos, amigos mexicanos!

Ya que menciono a nuestro querido país, en México, donde la extrema izquierda es experta en montar dramas sobre teorías de conspiración (cómo olvidar el clásico drama teatral mexicano "El Compló en mi Contra"), ya se han manejado varias hipótesis que explican el oportunismo de la mentada epidemia en nuestro país: un correo electrónico me dijo que inventaron la influenza para distraer la atención de los medios de comunicación -que no de información- y por ende, de la población entera, de un par de proyectos de ley que Felipillo Calderón tiene en mente respecto de permitir la intromisión (una vez más) de policías estadunidenses a nuestro país (por algo Obama vino justito antes del brote de influenza, vaya coincidencia, argumentan los defensores de esta teoría), de legalización de drogas y de vestir a los policías de civiles para que nos detengan más impunemente de lo que ya hacen. Otra teoría, que me comentó un amigo mío, estipula que el G-8 (por el contexto en que me lo puso, supongo que se quiso referir al Consejo de Seguridad de la ONU) quiso hallar un chivo expiatorio para la crisis económica actual de la misma forma en que en 2005 y 2006 inventaron el SARS en China para culpar a alguien (o algo) de la caída de la economía de ese país en la misma época. La diferencia es que ahora la crisis económica no es regional, sino mundial, así que debieron inventar no una epidemia nacional, sino una pandemia. ¿Y a quién enjaretarle el favorcito? Pues a México, el país más idiota del mundo (lo siento paisanos, pero admitamos que nos hemos ganado esa imagen a pulso), y como extra el único que da sin pensar la vida y las nalgas (pero más las nalgas) por Estados Unidos (OK, el Reino Unido también se las da, pero ellos aunque fieles, son menos idiotas que México), el principal beneficiado de todo esto. Ni modo, nos tocó ser esta vez el país natal del último grito de la moda sanitaria.

Pobres cerditos, y ellos, ¿qué culpa tienen?

En fin, mientras tanto, las farmacias se harán más ricas vendiendo los cotizados cubrebocas (y los pequeños negocios que por el toque de queda han cerrado quebrarán) y Giorgio Armani anuncia para su próxima pasarela el cubrebocas de seda con lentejuelas, con un precio de 300 dólares; el gobierno federal será el héroe del día (como siempre ha sido) cuando FeCal anuncie vanagloriándose: "Mexicanos, sí se pudo, superamos la influenza". Yo por mi parte, me siento en mi casa a leer o me voy a dar la vuelta mientras me pitorreo de todo esto y disfruto de mis vacaciones forzadas, siendo lo único lamentable el hecho de que hayan cerrado los cines. Y yo que tantas ganas tenía de ver la nueva de Rápido y Furioso y X-Men Origins: Wolverine. ¡Rayos!

U2, siempre a la vanguardia: aquí vemos al bajista de la banda, Adam Clayton, orgulloso portador del cubrebocas

Así que ya saben, ¡aguas con la influencia, digo, influenza!

(Disclaimer: los acontecimientos y personas aquí aludidos son ficticios, cualquier coincidencia con la realidad es mera coincidencia... ¿cómo? ¿que está basado en una historia real? Mierda, estamos jodidos...)

martes, 28 de abril de 2009

Juntos por siempre, Mr. Dylan



Lo lamento Chos, me gasté tu dinero. Pero no te preocupes, fue un buen gasto, lo juro.






El Chos es mi mejor amigo de la secundaria, y uno de los más fieles que he tenido en toda la vida. Uno de los tantos gestos nobles que me ha tenido se dio cuando en noviembre pasado me atropellaron. Mi Game Boy Advance, que venía conmigo ese día, murió, junto con el cartucho que la consola portátil contenía. El juego en cuestión no era mío por lo que debí pagarlo, y el buen Chos me prestó $350 para comprar en una subasta de segunda mano el para entonces ya inconseguible Pokémon Emerald. Apenadísimo por la situación, prometí pagarle $100 al mes, a lo que él, toda tranquilidad, respondió: “no te preocupes, págame cuando puedas”. Debido a compromisos escolares no he podido verlo desde año nuevo, pero ya tengo su dinero...

Tenía en realidad. Hace un par de semanas le envié un mensaje informándole de la situación y jamás respondió. Luego inicié el FADYLAN (Fondo de Ahorro para comprar el próximo disco de Dylan), cuya meta era recaudar unos $200 para el día 28 de abril, fecha en que el álbum Together Through Life saldría a la venta; pero a diferencia del Teletón de Televisa, yo no alcancé tal meta (diablos, necesito mejor publicidad y una actitud más lastimera). Apenas reuní $100 y, dada la ausencia de mi buen amigo, me tomé el atrevimiento de usar el dinero de FOPACHOS (Fondo para el Pago al Chos) para cumplir mi deseo egoísta (como si el desvío de fondos no fuera la costumbre en nuestro país).

Pero juro que fue un buen gasto. El nuevo disco está retechido... para ser un disco dylaniano, aclaro. Aquí no hay virtuosismo instrumental, no hay riffs hipnóticos y la voz del sujeto suena como la de un clavo rasgando un pizarrón. ¿Entonces por qué está tan bueno el disco?

Pues simple y sencillo: porque es el más bizarro viaje de blues que jamás he escuchado. Lo juro por mi vida. Las canciones tienen melodías bastante pegajosas en su mayoría; las que no, son dulces y hasta conmovedoras. Musicalmente, aunque la base de toda la obra es el blues como en los últimos tres o cuatro trabajos anteriores, esta vez hay por aquí y por allá coqueteos con otros géneros de la música tradicional estadunidense: jazz, swing, R&B, folk e incluso un poco de rock. Nada nuevo en la paleta dylaniana, el viejo está trazando sobre el lienzo de siempre con los mismos colores. ¡Pero qué manera de utilizar esos colores! A diferencia del solemne y tradicionalista (y por ende aburrido a mi gusto) Modern Times de 2006, Together Through Life posee frescura y alegría; es mucho más liberal pues. Incluso se da el lujo de finalmente utilizar un nuevo color al espectro: el uso de un acordeón que da nueva luz a los arreglos musicales. Por primera vez en mucho tiempo, Dylan se reinventa, algo que en sus épocas de gloria hacía cada que se le pegaba la gana. ¡El bardo ha vuelto!

Y ya que dije que este disco es un viaje, les pido me acompañen en el recorrido...

Zarpamos en Beyond Here Lies Nothin’, que ya describí en una entrada anterior. El acordeón convierte esta pieza en un romántico tango que bailaría con placer enorme... si tan sólo supiera bailar (y tuviera con quien hacerlo).

La siguiente parada es en Life is Hard. Tan triste y conmovedora como su nombre lo indica. Y el buen Bob se esfuerza de verdad: al inicio de la canción la voz de Dylan suena clara como no lo era desde los muertos años 70’s. Ideal para esas noches de insomnio en las que el pensamiento de aquella persona no deja de invadirnos. La vida es dura, lo sabemos... pero aquí Dylan no nos lo dice: hace que lo sintamos. Dolor del bueno, ¡ni Chente Fernández hace eso!

El tercer punto del viaje se llama My Wife’s Hometown y aquí, por el contrario, la voz de Mr. Zimmerman suena más rasposa que nunca. El Dylan más bluesero de toda su carrera es el contenido en esta pieza, y no exagero. De hecho, la melodía es robada de un clásico blues de Wille Dixon. La letra es una ácida pero jocosa crítica a los parientes políticos, ésos que tanto joden.

Diantres, las primeras tres canciones del disco y la cosa ya está tan buena. ¿Qué más nos espera?
If You Ever Go to Houston, en lugar de sonar country como su título sugiere (al encontrarse Houston en Texas, uno de los estados de la Unión Americana más arraigados al género), suena –gracias a su melodía calma pero juguetona y al ya omnipresente acordeón– como a una velada romántica navegando por el río Sena en Francia (me viene a la mente la famosa escena romántica de La Dama y el Vagabundo en la que los perros se comen el spaghetti), y la letra habla de la batalla de El Álamo.

Forgetful Heart es una pieza más seria y hasta oscura, pero jamás cae en la solemnidad del Modern Times; más bien nos remite al Bob de Oh Mercy (1989). Tintes de misterio y tensión flotan en el aire mientras el cantante nos hace recordar que en el amor no todo son melodramas lagrimeros o besos con aroma a lavanda. Sin ser de lo mejor del álbum, pasa la prueba de calidad. Más bien sirve como un break a tanto acordeonazo.

El siguiente corte, Jolene, vuelve a las andadas del blues en las que el cantante se mueve con toda libertad, de la mano de un excelente riff fruto de la ilegítima unión de la guitarra de Mike Campbell (Tom Petty and the Heartbreakers) y el acordeón de David Hidalgo (Los Lobos).

This Dream of You suena reflexiva, suena trágica, pero siempre se contiene. Los arreglos de cuerdas me remiten otra vez al Sena, y esta vez el mensaje lírico sí embona con la música, entregándonos una melancólica balada que llega directo al corazón. Creo que a Dylan le dio mucho romance durante la creación de Together..., algo raro en el seco Bob Dylan.

Continuando con nuestra travesía auditiva, nos encontramos con la que quizás sea la pieza más rockera del disco, Shake Shake Mama. Un tanto bobalicona si me lo preguntan, pero el ritmo es bastante pegajoso, tanto en las guitarras como en el fraseo de la voz. Tiene ecos de Highway 61 Revisited (1965), de Blonde on Blonde (1966) y hasta de “Love and Theft” (2001). Como el título dice, ¡agítense y bailen cabrones!

Y claro, porque la vida no es lineal, los cambios pueden llegar en cualquier momento. Y en ocasiones nos traen sorpresas muy agradables. Ese mensaje es el que de manera optimista (pero jamás cándida o falsa, siempre con sinceridad, más bien es satisfacción lo que aquí nos quieren transmitir) nos dan en Feel a Change Comin’ On. La Beautiful Day de Bob Dylan, toda proporción guardada, claro.

Finalmente tenemos It’s All Good. ¡Qué buen cierre para un disco de Bob Dylan, carajo! Después del mensaje de la rola anterior (odio el término “rola”, pero ya me harté de “canción”, pieza y el horrendo “corte”) y con el título final, uno podría pensar que se sigue la misma línea, pero no es así. It’s All Good es una ironía sabrosísima, en la que el verdadero mensaje es “el mundo se está yendo a la chingada, pero a mí me vale madres, todo está bien”. Así, Dylan cierra su última obra burlándose del mundo, incluso se escucha por allí una risita durante un momento instrumental. El acordeón aquí está a todo lo que da, como para levantarse a bailar (otra vez) con este irreverente rocanrolito que muchos envidiarían. Y así, animados y contentos, risueños ante el humor ácido de esta letra, es como el viaje termina, dejándonos satisfechos pero lo suficientemente picados como para volver a escuchar el disco. Yo lo haría.

Espero mis palabras hayan sido suficientes para demostrar cuánto disfruté escuchando el álbum, lo recomiendo ampliamente (tiene el sello de aprobación del siempre exigente Veggie Popper). Quizá el único inconveniente que le encuentro es que las letras son menos poéticas de lo usual, a pesar de que salvo This Dream of You, fueron todas escritas en colaboración con el también poeta Robert Hunter, quien escribiera letras para los legendarios Grateful Dead, y con quien Dylan ya había trabajado en 1988 (Silvio, para el álbum Down in the Groove). Aún así, las letras son muy buenas y efectivas (además, si Bono permitió que le ayudaran con las letras en el último de U2 –lamento la mención, pero es que todavía no se lo perdono–).

Sin embargo, musicalmente me parece su mejor y más variado trabajo desde Street Legal de 1978; en este aspecto, el uso del acordeón y la forma de vocalizar hacen que este Together Through Life se distinga no sólo de entre los trabajos recientes del autor, sino de su obra toda, marcando, hasta cierto punto y como ya lo dije, una reinvención de su arte. Cierto que ésta es menor en comparación a las transformaciones radicales de 1965, 1975 ó 1979, por mencionar algunos momentos clave de la evolución de Bob Dylan, pero sigue siendo un esfuerzo muy meritorio, y seamos francos, ¿cuántos artistas, incluso en sus mejores años, realmente poseen esta capacidad de evolución? Pocos, muy pocos. Quien a sus sesenta y siete años sigue haciendo estas maravillas es alguien que no merece morir. Ojalá no tengan que transcurrir otros treinta años para que el autor de Dignity vuelva a reinventarse como lo hizo hoy. Amén.

viernes, 10 de abril de 2009

Disculpe, ¿dónde queda el metro Plaza de la Transparencia?

Estoy emputado. Por causas políticas. Y porque con todo y sus desperfectos, amo al Sistema de Transporte Colectivo Metro.

¿Qué repercusión puede tener el metro en la política o viceversa? Sencillo: el gobierno del DF, presume una vez más de los logros que ha conseguido en el combate a la inseguridad y de la transparencia de su administración y bla bla bla. Ya sabemos de memoria el discurso pseudoizquierdista perredista. Y sabe cómo actuar para difundir su mensaje: llegando a los corazones del público, eligiendo al siempre entrañable metro (¿quién no ha viajado en él?) como lienzo para su pintura propagandística.

Lamentablemente con esto no me refiero a más carteles en los andenes de las estaciones. Ojalá se tratara de eso. Pero no. En realidad, el gobierno ha decidido cambiar el nombre a tres estaciones del sistema, o más bien, ponerles apellido, agregándoles un segundo nombre, siendo efectivo esto a partir de ayer 9 de abril. ¿Que cómo se llamarán ahora estas estaciones? ¿Y de qué estaciones hablo, para empezar? ¡CHACHA-CHA-CHAAAÁN! Ahí les va, miren nomás qué chulada de nombres nos dejaron:

-Ahora el metro Etiopía de la Línea 3 se llama “Etiopía/Plaza de la Transparencia”
-El metro Viveros, también de la Línea 3, ahora es “Viveros/Derechos Humanos”
-Y Garibaldi, la terminal de la línea 8, a ahora es "Garibaldi/Lagunilla"

A ver a ver a ver. Momentito. ¿Qué chingaderas son ésas? ¿Plaza de la Transparencia? ¿Derechos Humanos? Para empezar, el hecho de que cada estación tenga dos denominaciones lo convierte en un hecho confuso para los ya de por sí confundidos chilangos (el lunes que vuelva a la escuela me pararé a preguntar dónde queda el metro "Plaza de la Transparencia" y al que me dé la respuesta correcta le daré $100); y si los contamos como un sólo nombre, es aun más impráctico. ¿Qué hace el ser humano cuando un nombre es muy largo y difícil de recordar? Usualmente acorta el nombre o lo sustituye por uno más familiar. En el primero de los casos, lo más común es con las primeras letras o palabras del nombre, lo cual nos remitiría a los nombre originales; en el segundo caso, ¡qué palabra familiar tenemos que nos remita al metro Viveros? ¡Pues “Víveros”! Una vez más, terminamos de vuelta en el nombre original de la estación.

Así que si querían imponernos los nuevos apelativos, les falló. Y esto sin contar que suenan horrible. Sí, ya sabemos que el GDF se preocupa por sus ciudadanos (¡qué conmovedor!) y por eso les ha dado una nueva oficina de derechos humanos (eso no lo discuto, no no no) y una "plaza de la transparencia". Me pregunto qué demonios es una plaza de la transparencia, a mí me suena a propaganda chafa de corte populista-lopezobradorista. Lo bueno es que son medidas "pensando en la gente".

No tengo nada en contra de los cambios de nombre a las estaciones del metro, cuando éstos tengan objeto y razón de ser. Por ejemplo, en la Línea 3 (otra vez), a la estación “Basílica”, al inaugurarse la línea 6 del metro, que pasa junto a la Basílica de Guadalupe, se le cambió el nombre a “Deportivo 18 de Marzo”, ahora que la línea 6 tenía su propia estación con mayor proximidad al dicho templo, a la que se le dio precisamente el nombre “Villa-Basílica”, permitiendo a los peregrinos saber qué estación es la más cercana a la casa de nuestra virgencita santa. En otras palabras, aquí sí hubo un motivo (evitar la confusión por tener dos estaciones con el mismo nombre, o que de haber sólo una, ésta no sería la más cercana al lugar que le da nombre) y un beneficio (tener una estación más cercana a la Basílica que la que ya había) que justifican el cambio, cosa que aquí no sucede. Por supuesto, permite dar a conocer la ubicación de estos dos lugares “fruto del éxito del gobierno perredista”, pero existen mejores maneras de hacerlo (spots televisivos, carteles –si querían llegar a la gente, hubieran puesto carteles en esas estaciones y ya–, etc).















El caso de Garibaldi, si bien ya no es de índole político, sí es por demás bastante curioso: aquí sucede exactamente lo que con Basílica y Deportivo, ¡pero a la inversa! Y es que ahora tenemos dos estaciones con el nombre de “Lagunilla”. Y sí, ambas en la misma línea (en el caso del metro Basílica, al menos las estaciones pertenecen a distintas líneas, lo que les concede cierta distinción una de la otra), la Línea B. ¡Y a que no adivinan! Siguiendo el trayecto de esta ruta, la estación inmediata que sucede a “Garibaldi/Lagunilla” es... ¡“Lagunilla”! Eso sí que será confuso (a menos que le cambien el nombre también, pero dicho anuncio no está en la página del STCM). Hilarante, si. Estúpido, también.

Tal vez tolere lo de Garibaldi como una divertida metida de pata de la administración, pero con Etiopía y Viveros soy inflexible. Y lo peor de todo es que diario viajo en la Línea 3, por lo que en cierto modo me afecta. Ahora todos los días tendré que ser testigo de una de las pendejadas más grandes de Marcelo Ebrard. Esta falsa legitimación del régimen (innecesaria además, pues a diferencia de la presidencia Federal, el GDF no es tachado de ilegítimo o ilegal por nadie en la ciudad) es incluso más patética que cuando Stalin le puso su nombre (Stalingrado) a la ciudad rusa de San Petersburgo. Ojalá el gobierno rectifique y devuelva a estas tres estaciones (o al menos a las de la Línea 3, que son las que cuestiono sus motivos) su nombre; deseo en verdad que el pueblo (ahora el populista soy yo) lo exija. No hay que callarnos. Porque el metro –para bien o para mal– ya es patrimonio de la ciudad y como tal, merece respeto. He dicho, y lo volveré a decir cuánto sea necesario.