viernes, 31 de julio de 2009

La gran boquita mexicana

¡Estúpidos anglosajones! Creen que ellos dominan al mundo. Que el cine de Hollywood esto, que Beckham es el dios del futbol, que los gringos inventaron el rock... Si no está en inglés no sirve. ¡Patrañas!

Y todavía se atreven a presumir (ya que hablamos de rock) que ellos tienen a la gran bocaza del rock and roll. Los británicos se enorgullecen de tener el hocico de Mick Jagger a su servicio y los estadunidenses se la jalan presumiendo a Steven Tyler por el mismo logro.

Pero lo que ellos no saben es que en México tenemos a la verdadera Gran Boca del rocanrol!! Él llegó antes que Jagger, y es mucho más carismático que él. Ya saben a quién me refiero, ¿verdad?

¿¡NO!?

Entonces, déjenme presentarles al único..... el magnífico... con ustedes.......

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EL GUAPO JOHNNY!!



¿No que no?

MV1K*: Esa silueta en la ventana

Comúnmente uno se siente atraído por canciones cuya letra refleje la situación en que se encuentra, o que expresen una postura similar a la ideología del escucha; de esa manera el individuo se siente identificado con la canción y es así como su gusto personal hace destacar la pieza de entre el resto de las que le gustan "sólo porque sí".

Bajo esta lógica, al decir que Love Sick de Bob Dylan (sí, otra vez él) es una de las canciones principales de mi soundtrack del último año se podría entender que me identifico con la rola, que estoy enfermo y harto del amor. Sí y no. Porque aunque mi fortuna en el amor es inexistente, de entrada nunca le he dado preferencia a dicho aspecto de mi vida como para decir que mi "mala suerte" me tiene frustrado; tengo cosas más importantes de que preocuparme. Sí me siento de algún modo identificado con la canción, pero no precisamente por el mensaje principal de ella, más bien por un pasaje contenido en una estrofa y nada más.

Soy Bomb y la chica de Tlalpan
Hacia finales del tercer cuatrimestre de 2008, encontré en yutub un video de la entrega número norrecuerdocuál de los Grammys (el caso es que es de 1998) en la que Dylan interpretó esa canción. Durante la actuación, un sujeto (Michael Portnoy, un medianamente conocido performer que se encontraba entre un grupo de extras para adornar el escenario durante la aparición de Bob) se coló al escenario y se puso a bailar como idiota, sin camisa, con un letrero en el pecho que decía "Soy bomb" (¿bomba de soya? ¿un mal intento de spanglish? Jamás lo sabré); obviamente el tipo fue arrastrado fuera del lugar en menos de un minuto, ante el atónito rostro de Bob (priceless!) y su bajista, Tony Garnier, cagado de risa (priceless x2!!), y todo transmitido en vivo. La hilarante visión se me quedó pegada como chicle en el cerebro y pasé los siguientes meses tarareando la canción por aquí y por allá.

Por esas mismas fechas (es decir, cuando vi el video en octubre, no cuando pasaron los Grammys en el '98), conocí a una mujer con la que hubo posibilidades de romance. Después de un par de meses de dramas telenoveleros, parecía que las cosas por fin cuajarían. Sólo faltaba que yo me armara de huevos y me aventara para consumar nuestro amor.

Sin tener nada previsto aún, alguna mañana del mes de enero un desafortunado y triste acontecimiento me puso en el sur de la Calzada de Tlalpan, a unos veinte minutos de su escuela, y esa misma tarde necesitaba presentarme a mi Facultad (yo estaba de vacaciones todavía). Necesitaba matar el tiempo en el inter. Mi primera opción fue reunirme con mi amiga de la prepa Elsa, que vive muy cerca de donde yo me encontraba, pero se hallaba indispuesta. Después de echarle sesos un rato, se me ocurrió caerle a la entonces niña de mis sueños (¡siempre quise usar esa bobalicona pero efectiva frase!), directito y sin escalas, en su escuelita, cerca de la estación La Noria del tren ligero (ella recién regresaba a clases).

De ese modo, llegaría al plantel desanimado por lo que me acababa de suceder y saldría de ahí con una flamante nueva novia, lista para consolarme. ¡Qué fácil y bella es la vida moderna! Todo estaba a mi favor. Inclusive, camino a su escuela, revisando mi mochila, encontré arrumbado entre mis cosas, mi disco favorito de toda la vida (SMiLE de Brian Wilson), del cual había planeado regalarle una copia (a final de cuentas, a todos mis amigos les regalé una en su momento). Sólo que lo que había en mochila no era una copia, era el disco original. Confieso que al principio titubeé, mas decidí dárselo; finalmente eso representaría un lindo detalle y en consecuencia, un arma infalible para terminar de conquistarla.

Lleno de confianza ante mi aparente situación ventajosa, arrivé al lugar indicado en un dosportres y cuando vi a la susodicha... no tengo palabras para describir el momento...

El caso es que platicamos de manera informal durante un rato, le conté mi triste desventura del día anterior (necesitaba desahogarme con alguien. Y sí, conmover al blanco era, según yo, una buena técnica para que bajara la guardia y me dijera que sí) y ella me dio un poco de consuelo. Después pasamos a temas más alegres y, una vez que el ambiente fue adecuado, poco después de haber puesto mi disco en sus manos, ella misma sacó a tema el punto de mis sentimientos.

Massive damage!

Al ver que ella misma fue quien preguntó, me sentí todavía más confiado. Si ella quería que le dijera, era por algo, ¿o no? Así que le expuse mi sentir y finalmente, le hice la propuesta como pude (imaginen a Veggie hecho un nudo de nervios). Esperé que me dijera "sí mi amor, ahora dame un beso y escapemos juntos" (OK no, pero sí esperaba una respuesta afirmativa). Lo que en realidad obtuve fue un: "¿Qué crees chavo? Dejaste pasar tanto tiempo que ya se enfrió la cosa", que me dejó de a seis. WHAT THE FUCK!?

Para ponerlo en términos simples:

Veggie got owned. LOL.

En ese momento, de estar en mejores condiciones, le habría espetado "Escuincla pendeja, devuélveme mi disco", pero estaba yo demasiado cansado y desganado, así que no dije mucho. No es cierto. En realidad quise conservar un poco de emotividad, por eso aunque ella ofreció devolverme el disco, me negué a aceptarlo, después de todo se lo di por ser alguien importante para mí, no para comprar su amor. Momentos después, ella tuvo que entrar a una última clase y el señorito se quedó a esperarla mientras digería su derrota y trataba de pensar en un método efectivo para remediarla.

I see...
Así que durante su clase estuve caminando por la escuela, cavilando en mi desilusión. Finalmente, caí abatido en un hermoso jardín, a la sombra de un árbol. Luego de recuperar un poco las fuerzas, me senté bajo el árbol a escribir. Pero el ambiente me distraía: aunque el patio estaba lleno de hierba, flores y algunos árboles, estaba atiborrado de gente, en su mayoría parejas que no dejaban de "hacer lo suyo", lo cual en mis condiciones no era la mejor vista. Giré mi cabeza al lado opuesto, sólo para tener ante mis ojos el ventanal del salón... no recuerdo el número, pero era el de ella.

¡Y por supuesto!, ella estaba sentada juntitito al ventanal, por lo que no pude evitar observarla. Vaya tortura. O miraba lo que acababan de impedirme hacer (mi meta frustrada), o miraba a quien me lo impidió. Ninguna opción era plausible y terminé, entonces sí, hasta la madre de frustrado.

En lugar de largarme de esa escuela, que era lo más sano, me quedé a esperarla como niño bueno (realmente debí quererla demasiado para aguantar eso... o de plano, estaba muy pendejo), contemplando el espectáculo de las parejas en el patio y la mujer en la ventana. Lo cual soporté estoicamente hasta que ella salió de clase y pude verla unos minutos más antes de que se fuera a su casa, abandonándome en ese lugar. Entonces, como una visión, Love Sick volvió a aparecer en mi mente, y recordé esta estrofa de la canción:


I see, I see lovers in the meadow
I see, I see silhouettes in the window
I watch them 'til they're gone
And they leave me hanging on
To a shadow


(o sea: Veo, veo parejas en la pradera/Veo, veo siluetas en la ventana/Las observo hasta que se han ido/Y me dejan colgando/de una sombra)

Pff, bastante similar a lo que me había ocurrido.

Desde entonces no puedo evitar relacionar Love Sick de Bob Dylan con ese día de enero de 2009.

Nada había terminado, un día largo me esperaba: apenas eran las 2 de la tarde y todavía debía exponerme a una pelea contra un maestro por una calificación (para eso iría a mi escuela esa tarde) y a que, rumbo a mi casa, descubriera (ya a medio camino) que no llevaba llaves y fuera necesario retroceder e ir al trabajo de mi papá y esperarme a que él saliera para poder regresarme con él. Odié ese día como ningún otro en fechas recientes. Afortunadamente, hoy puedo recordarlo con gracia y cierta satisfacción (por haber sobrevivido) cada que escucho la vieja canción dylaniana.

Y al final
Un par de semanas después de aquel evento, ya como amigos (o al menos eso me han hecho creer todos estos meses XD), durante una llamada telefónica, ella y yo criticábamos y cuestionábamos la chafa selección que la edición de enero de Rolling Stone hizo de los mejores cantantes de la historia, con Bob Dylan en los primeros lugares. Cierto, soy un fanático irredento, pero ello no me impide estar conciente de que el viejo no es perfecto y que a pesar de todos los talentos que el señor podrá tener, el cantar no es uno de ellos.

Moción que mi interlocutora secundó haciendo una muy graciosa imitación del buen Bob cantando Like a Rolling Stone. En respuesta le dije: "Y eso no es nada a comparación de como canta actualmente". Ella dijo no estar enterada y le prometí que en cuanto tuviera tiempo probablemente esa misma noche) le postearía en su hi5 un video de alguna interpretación reciente -digamos de los 90's para acá- de Dylan. Sobra decir que la canción que le puse fue Love Sick (y para cerrar con broche de oro, la versión de los Grammys con Soy Bomb en acción), permitiéndome así dedicarle la canción en secreto. Veggie owns again.







*MV1K: Mi Vida en 1 Kanción, para abreviar.

domingo, 26 de julio de 2009

La historia del ciclista distraido

(Prólogo de la novela que comencé en enero pasado, lo publico aquí en relación con mi entrada anterior. AGUAS con el plagio, tiene copyright)

“Punish him!” apareció en la pantalla del televisor y, en tan sólo un par de instantes, uno de los sujetos en pantalla introdujo su mano en el pecho del otro, rompiendo huesos y arrancándole el corazón, el cual exhibía como trofeo, con el brazo alzado.

–Admítelo, Siempre seré mejor que tú en esto –mencionó con una mezcla de arrogancia y alegría infantil Josué, depositando el control de la consola en el brazo izquierdo del sillón que lo acogía.

–¡Cállate! –respondió Alejandro, risueño. Luego adoptó un tonó melancólico y prosiguió– Qué irónico, en la vida real me encantaría no tener corazón; en el juego, te odio por haberlo hecho.

Uno y otro retomaron su respectivo control y reanudaron la partida. La siguiente batalla tuvo para Alejandro un resultado mucho más humillante que la anterior. Posteriormente, Josué fue por fin derrotado, tarea que le fue harto dificultosa a su oponente. Conforme la tarde avanzaba, la dificultad fue haciéndose menor, pero Josué continuó dominando el juego.

Una interrupción hubo cuando el timbre sonó. A pesar de ser Alejandro el visitante, fue él y no Josué quien atendió el llamado en la puerta. Las pizzas que pidieron por teléfono les fueron entregadas. Con sendos apetitos, ambos acabaron con una pizza familiar; Josué admitió quedar insatisfecho, para lo cual fue a la cocina a prepararse un sándwich, y Alejandro pidió uno también. Mientras buscaba la mayonesa, preguntó a su compañero:

–Y bien, ¿qué harás mañana? –gritó para ser escuchado hasta la sala de estar–, ¿saldrás con tu chica? ¿O te volvió a cancelar?

–Claro que iré con ella. Y no es mi chica –un ligero enfadó se sintió en la forma como arrastraba las palabras–. Quiero queso amarillo en mi sándwich, porfas.

–Por favor, a leguas se nota que te interesa mucho, pero tú te haces tonto –insistió.

–Y con mucha mostaza.

–¿Algo más para el señorito?

–No, gracias, tú siempre tan amable.

Menos de cinco minutos después, los sándwiches eran cosa del pasado, quedando convertidos en alguna sustancia asquerosa que se alojaría en sus estómagos. Sin mayor contratiempo, los dos camaradas continuaron jugando hasta que el sol se ocultó y llegó la hora de despedirse.

Alejandro montó su bicicleta, mientras su mejor amigo lo observaba con cierto asombro.

–¿No te cansas de viajar en bicicleta? ¿Por qué no eres una persona normal que viaja en autobús o pide permiso para usar el auto de sus padres?

–Es más barato, además, mi casa está cerca, en veinte minutos llego. Así me ahorro el dinero de los pasajes, y con este tránsito, tal vez incluso llegue más rápido que si espero un camión. En realidad, tú eres el raro: ¿quién a los veintidós años no sabe andar en bicicleta?

El orgullo de Josué le impidió creerse incapaz de controlar un instrumento tan rudimentario. Pidió permiso a Alejandro para treparse en su bici, lo cual por sí mismo fue toda una faena. Una vez que pudo sostenerse en equilibrio, se impulsó con los pies y trató de pedalear; Alejandro sostuvo a Josué por algunos instantes y cuando aparentemente la bicicleta llevaba buena velocidad y una estabilidad decente, lo soltó a la calle. Cinco metros más adelante, el muchacho yacía en el pavimento, ante las carcajadas del dueño de la bicicleta.

–La próxima vez que venga, traeré unas llantitas de soporte para tu siguiente lección; al menos ya aprendiste a subirte.

Josué se incorporó y ambos sujetos se despidieron nuevamente. Estrecharon sus manos y golpearon sus puños. Acto seguido la bicicleta fue puesta en marcha por los pies del piloto original y rápidamente desapareció al dar vuelta en la primera esquina. Fue hasta ese momento que el anfitrión dio media vuelta y regresó a su casa. La calle, oscura por el deficiente alumbrado público, quedó además, sola.

Anécdotas como ésta bañaban la vida de Josué y Alejandro, amigos inseparables desde la preparatoria. Tendrían unos trece años cuando un amigo mutuo los presentó en la secundaria, pero no fue sino hasta el primer año de bachillerato que los tres coincidieron en el mismo grupo. Algunos años más tarde, el amigo común tuvo algún pleito con Josué y Alejandro, al tratar de solucionar el problema, se echó encima al tipo y éste desapareció sin dejar rastro. Durante los casi 10 años de conocerse, amigos iban, amigos venían, pero Alejandro y Josué permanecían unidos. En todo ese tiempo, jamás podría decirse que llevaran una amistad normal. Rara vez salían juntos a divertirse, cada uno imbuido en sus estudios o en sus propios laberintos mentales. La mayoría de las veces se reunían para trabajar en algún proyecto loco, usualmente fallido, que a alguno se le ocurría. Sin embargo, la lealtad ahí estaba, y por muy estúpida que fuera la idea de uno, su contraparte siempre la apoyaba. Por ello, idioteces como una caída en bicicleta eran cosa común en la relación de este par. Ambos pondrían su vida en las manos del otro si la situación se presentara.

La avenida principal de la colonia se encontraba en reparación en uno de sus carriles, de modo que el paso a automóviles estaba prohibido, no así para los simples peatones o, en este caso, para ciclistas. Fue así que Alejandro usó el tramo y aprovechó el vacío para correr a toda velocidad, mientras, del otro lado, los vehículos se amontonaban enfrascados en un embotellamiento del que les tomaría horas salir. El muchacho, de veintidós años también, miraba de reojo hacia su derecha para reír de la desgracia de los conductores, pensando: “Vaya, ¿quién diría que de verdad una bicicleta dejaría tan atrás a esos coches?”, y siguió cavilando. Pensó en Diana, la niña de quien se encontraba enamorado, y sí, la persona a quien Josué se refería cuando le preguntó por “su chica”.

No es exagerado llamar “niña” a la musa de Alejandro, al ser 6 años menor que él. Si Alejandro recién había terminado la licenciatura en administración, Diana todavía se encontraba a un año y medio de graduarse de preparatoria. Para su fortuna, sus rasgos finos, su piel tersa, su baja estatura, y sobre todo, su mirada distraída, lo hacían lucir como un mozuelo de no más de dieciocho años; así, no se sentía incómodo pretendiendo a alguien tan joven; ya era su costumbre, pues la mitad de sus novias habían sido amigas de su hermana Gabriela, cuatro años menor que él. Para su desgracia, ella no estaba interesada en él más allá de la amistad.

Por esa razón, Alejandro mantenía en secreto sus intenciones y sentimientos hacia la hija de quien fuera su asesor de tesis. “Fui muy afortunado al elegir al doctor Aguayo; no sólo escribí una chulada de texto gracias a él, sino que conocí a una chulada de niña; por algo pasan las cosas…”. Recordó entonces lo que dijo a su amigo aquella tarde cuando jugaban. “Pero no me hace caso, y ya hace casi un año que la conozco; esto comienza a ser doloroso, por ello no debería tener corazón, así no tendría que estar preocupándome por eso en estos momentos”.

En efecto, no debía estar pensando en eso durante aquel instante, sino en el tránsito. En ésas se encontraba, cuando un ruido lo sacó de su trance. El tramo en reparación había terminado y un automóvil apareció de un crucero, en dirección suya. Cada cual trató de esquivar a su contraparte: uno giró a la izquierda, el otro a la derecha, lo que provocó que de todas formas se impactaran.

Un grupo de trabajadores que atestiguaron el suceso estalló en carcajadas ante la patética maniobra del ciclista; el conductor le mentó la madre por idiota y no paraba de reclamar por el daño a su carro, cuya sección frontal lucía abollada. Igualmente, la bicicleta azul quedó tirada en el suelo, de cabeza y con la llanta delantera retorcida como chicharrón. ¿Y Alejandro? Yacía inconsciente a unos metros de ahí, mientras nadie hacía nada por ayudarlo. El automovilista siguió revisando la abolladura y al comprender que el daño no fue tan grave como el que había sufrido alguien más, decidió librarse de cualquier responsabilidad y olvidarse del asunto. Abordó y se marchó en un abrir y cerrar de ojos.

Los trabajadores no paraban de reír. Pasaron varios minutos antes de que recuperaran el habla. Y una vez que lo hicieron, se limitaron a comentar el suceso y recontarlo de maneras aún más cómicas. Finalmente, uno de ellos, al ver que el hombre permanecía tirado en el asfalto y aparentemente sin hacer esfuerzos por levantarse, resolvió que podía estorbar en el ya de por sí intenso tráfico y no tuvo más remedio que quitarlo de en medio. Al hacerlo descubrió que todavía tenía pulso. Un sentimiento de heroísmo se apoderó de él y se dispuso a llamar a una ambulancia.

A un par de kilómetros de distancia, Josué seguía burlándose de las aplastantes palizas con que castigó al buen Alejandro a la vez que reconocía sus esfuerzos y el progreso que mostró aquella tarde: “Aunque le eche ganas, no me ganará, su coordinación, y no sólo en los videojuegos, es pésima; será muy constante, pero sigue siendo un chavo muy torpe y distraido. Me sorprende que jamás lo hayan atropellado”.

lunes, 20 de julio de 2009

Por eso prefiero el metro

Hace un par de semanas, un amigo y yo conversábamos sobre mis deseos de poseer una motocicleta. Concluimos que con mi forma de ser tan atrabancada y descuidada, no pasarían diez minutos antes de que me encontrara yaciendo en la acera debido a algún accidente. Sin embargo, una vez al año me sucede algo que me pone al borde de la muerte y yo salgo airoso e ileso, por lo que en realidad un accidente en moto no debería preocuparme, ¿o sí?

Hace aproximadamente una hora, estando yo en el gimnasio, escuché ruidos de vidrios rotos y algunos gritos. Al principio supuse que se trataba de mi imaginación (finalmente me caracterizo por fantasear todo el tiempo, incluso durante mis ejercicios matutinos), pero instantes después, todos los que allí se encontraban, incluyendo a mi maestro, se amontonaron en la ventana, cuchicheando sobre lo que ante sus ojos se mostraba. La curiosidad me mataba (diría que soy curioso, pero más bien soy metiche; quizás un poco de ambas), pero preferí continuar con mi actividad para poder llegar lo más pronto posible a mi casa y tirarme a mi cama a echar la hueva el resto del día.

Pero la realidad jamás se puede evadir. JAMÁS. Puede uno hacerse pendejo y de la vista gorda, pero aún así se está conciente de la situación, por más que finjamos. y en efecto, no pude esta mañana huir de lo que había acontecido.

Justo afuerititita del gym, a la orilla de la acera, una motocicleta azul estaba tirada en el asfalto; junto a ella su conductor sangrando por la cabeza, aparentemente muerto -o al menos inconciente-. Delante, una combi un poco maltrecha. También divisé pasajeros en la calle, pero sólo pude distinguir a un niño, ya que -afortunadamente- como mis lentes se rompieron al jueves pasado, no los llevaba puestos en ese momento y sin ellos mi vista no es más potente que la de un topo, por lo que el resto eran manchas.

Dicen que de los males el menor, de modo que puedo considerarme afortunado de fijarme sólo en el niño (que era el más cercano al punto en que yo me encontraba mirando) y no en el resto de la escena, que debió ser espantosa. Pero obviamente hubiera preferido mil veces ver a cualquier otra persona que a un niño de no más de cinco años, que gemía y lloraba; él también sangraba por la cabeza. Escuché también gritos femeninos y muchos murmullos: junto al gimnasio hay una cocina econónmica y todos los que ahí desayunaban, junto a los empleados del negocio, se amontonaban en la calle para ver lo que sucedía, formando una pequeña multitud de metiches. Imbéciles. Que se ocupen de sus propias vidas si no van a ayudar (cosa que lamentablemente dudo fuera posible ante esas circunstacias).

En cambio yo, horrorizado, salí corriendo del lugar, con la mente abstraída ante lo que vi. Cierto es que este semestre vi en fotos y video cosas peores en mi clase de Medicina Forense (gente hecha papilla por explosivos, mutilaciones, bebés devorados por animales...), pero nada se compara con lo que se vive, o al menos con lo que se que se atestigua en persona. Principalmente el niño y los gritos de la(s) mujer(es) han estado rondando en mi mente durante lo que va de la mañana. Y no sé cómo sacármelos de la cabeza.

Me pregunto si el niño vivirá; cuántas personas más salieron heridas. Me hago teorías estúpidas sobre qué habría pasado si yo hubiera atestiguado el accidente cuando sucedió, si incluso me hubieran herido a mí también (que algún vidrio roto volara y se incrustara en mí, por ejemplo).

Para empezar, me pregunto cómo pudo pasar dicho siniestro y quién lo provocó. Por la escena, es obvio que la moto se impactó con la combi y no al revés, ya que como mencioné previamente, la moto estaba atrás de la camioneta. ¿Pero de quién fue la culpa? Una hipotésis es que el conductor del transporte haya frenado de golpe en lugar de hacerlo progresivamente como debería ser, no dando tiempo al motociclista de detenerse también, ocasionando el impacto. La otra es que el chofer hiciera bien su trabajo, pero que un atrabancado (como yo) piloto fuera tan rápido que incluso ante un frenado lento por parte de la combi, no pudiera frenar por la alta velocidad que llevaba, siendo él el culpable (y en dado caso, hasta cierto punto mereciendo el destino que le deparó).

Independientemente de quién haya sido el agente detrás del choque, me sorprende que una motocicleta, mucho más ligera que una combi, haya podido dañar a ésta última. Por lo que vi sobre accidentes vehiculares en forense, cuando una moto se impacta con un automóvil, casi siempre al auto no le pasa nada, o recibe daños menores. ¿Pero debió hacer el de la moto para que los propios pasajeros de la combi resultaran con tales daños? Vaya usté' a saber qué chingados pasó.

Y por supuesto, me pregunto si yo sería capaz de provocar un accidente de tal magnitud si yo fuera motociclista...

Y pensar que apenas dos semanas atrás me burlaba de los accidentes en motocicleta. Ya no quiero una moto. Ahora sólo quiero mis piececitos santos. Seguir caminando y admirar con toda calma el paisaje de mi ciudad. Que se mueran los estúpidos choferes valemadres; que se mueran los motociclistas imprudentes. Pero que no se mueran los infortunados cuyo único crimen es no tener dinero suficiente para pagar su propio automóvil (¿por qué siempre tengo que hacer un histérico y pseudo-mesiánico comentario político-social?).

Pero no puedo traumarme de por vida y temerle al transporte público, pues me encuentro entre los que dependen de él, y no está entre mis planes quedarme encerrado en mi casa de por vida. A final de cuentas todos estamos propensos a que de un instante a otro, un desafortunado acontecimiento cambie nuestras vidas. O termine con ellas.

Por eso, y con todas sus deficiencias, prefiero mil veces viajar en metro.

jueves, 16 de julio de 2009

'Toy pelón!

OK. Sé que a nadie le interesa. Pero ahora que la alopecia comienza a hacer estragos en mi cabeza, pensé que mi coco se veía ya un poco ridículo: greñudo y calvo, ¡hazme el favor! Así que, aunque me costó mucho trabajo atreverme (lo había decidido desde hace poco más de mes), por fin me corté el cabello.

Juzguen ustedes cómo me veo mejor (o menos pior). De esto:

Me convertí en esto:

Nótese que en las dos fotos llevo la misma playera: ambas fueron tomadas el día del corte.

Así que, ahora sí soy un señor. Bienvenido, señor Vega.

martes, 14 de julio de 2009

Laughin' Out Loud (Though I could cry)

Un poco de poesía barata y mala (y encima, en inglés para ocultar las fallas y carencias)... pero necesitaba sacarla (escribí esto en octubre pasado). A llorar se ha dicho.

I miss you so much I could cry

But I won’t; I’ll laugh instead

After banging up my head

Against that wall- oh, my, my

I will shatter it to pieces

Until I’m in front of Jesus


I’m gonna take my sword

Travel troughout the land

Fighting with my own hand

And deny every lord

I’ll write a symphony

Don’t you think it’s funny?

And while I’m away

I might think about your

Blooming eyes of dismay

I know something’s sure,

White daughter of May:

This is gonna hurt

Keep this in mind:

As long as I’m alive

Ringing bells will chime

Embracing my heart

Now, tear it all apart

sábado, 11 de julio de 2009

Semestre 10-BIS.

Hace cinco años, cuando entré a la UNAM en 2004, los Pumas ganaron los dos campeonatos nacionales de futbol del año, lo cual me pareció una enorme coincidencia, era como si la Universidad me diera la bienvenida de una manera tan épica (porque, aunque no me gusta el futbol, el ambiente en CU cuando los Pumas ganan es insuperable). Este verano debía terminar la licenciatura y casualmente, por primera vez en cinco años, los Pumas volvieron a ganar el torneo de clausura (nunca he entendido por qué chingaos se llama "de clausura" si ocurre al inicio del año, y el que es al final dela ño se llama "de apertura") 2009, cerrando el ciclo de manera magistalmente emotiva, dándome así el mejor regalo de despedida.

Excepto por una cosa. No terminé la carrera.

La estúpida maestra de Derecho Marítimo se puso loca y reprobó a todos aquéllos cuyas respuestas en su examen final tuvieran menos de una cuartilla de extensión. ¡Al carajo! Salí de ese examen el viernes 19 de junio orgulloso de dominar el derecho marítimo, conciente de que fue la materia en la que más aprendí después de Medicina Forense. Irónicamente, Forense fue la única materia que pasé con 6, y de Marítimo, como ya dije, la maestra nos tronó a todos.

Puedo creer que hayan reprobado a Jonathan Vega (así me llamo, para quienes no lo sabían), estudiante huevón, que se dormía en clase y que llegó tarde a su examen (aunque eso no fue por mi culpa, el tráfico estuvo de la chingada ese día), pero cuando mi compañero Andrés, toda una eminencia en el derecho internacional (rama a la que pertenece el marítimo) me dijo, casi con lágrimas en los ojos, que él también había reprobado, comprendí que algo estaba podrido. A la fecha no he sabido de nadie de mi grupo que haya pasado la materia.

De modo que no tendré mi final épico de telenovela a menos que los Pumas vuelvan a ganar en el torneo de apertura. Lo cual después de este fiasco me viene valiendo madres. ¿Por qué habiendo cursado diez semestres se me ocurrió reprobar por primera vez en mi vida en el último? Chingaderas, juro que son chingaderas.

"Pero puedes hacer extraordinario y ya no debes la materia", me dirán. Ni madres. El área de derecho internacional no es muy demandada en la Facultad así que en esa rama solo abrieron dos grupos por cada materia (uno para el turno matutino y otro para el vespertino), así que tengo sólo dos opciones para hacer el extarordinario:

1. Hacerlo con mi maestra para volver a reprobar sólo porque en la definición de "conocimiento de embarque" se me escape una palabra; o

2. Hacerlo con el otro maestro, quien dio un temario que nada tiene que ver con lo que yo vi (lo cual no es atribuible a él, sino a mi maestra, que encima de todo, jamás se apegó al plan de estudios y enseñó lo que se le dio su rechingada gana) y aprenderme todo su semestre en tres días.

No gracias. Prefiero recursar con tranquilidad. Además tener un extra en tu historial te bloquea si quieres hacer un posgrado o cualquier otra cosa importante. De modo que mejor hago de nuevo la materia, esta vez con el otro profesor ya sí habré aprendido al doble (el temario oficial impartido por él y el "alternativo" que mi loca maestra dio este semestre y que, insisto, lo conozco ya bastante bien).

Sin mencionar que como ya dije, no fui el único que tronó, así que el siguiente semestre volveré a ver amis amigos. ¡Yupi!

Así las cosas, ¡los veré el 10 de agosto en el semestre Décimo-bis!