lunes, 24 de mayo de 2010

McCartney II: We all stand together

(Capítulo 2 de la saga de McCartney. Aquí puedes leer el Capítulo 1)

Ahora que oficialmente era de día (y digo oficialmente, pues el cielo seguía oscuro gracias al despreciable horario de verano), la parte más difícil, soportar la noche, había pasado. O eso creí yo.

Porque a esas horas, todo el mundo estaba crudo o simplemente desvelado y nadie tenía ya energías para continuar festejando, de modo que las siguientes cinco horas las tendríamos que soportar en un estado mucho más pasivo, y todos sabemos que la inactividad lleva al aburrimiento. En adición, ahora que sólo faltaban unas pocas horas para que la venta se iniciara, me puso mas ansioso. Y lo peor que me puede pasar en la vida es ponerme ansioso por algo. Soy desesperante y desesperado.

Tratando de evadir una situación así, volvi a sacar mi DS para jugar de nuevo. En toda la noche no lo habia apagado y el juego se quedó en donde lo dejé antes de entregarme a la bebida. Sin embargo, mis ojos ya no daban para mucho y me ardían tanto que no soporté más de 5 minutos de juegos. Y eso viniendo de mí ya es bastante decir. 

Sin más por hacer, me senté en mi lugar tratando de dormir. Envié algunos mensajes a mi papá y a mi sis, las únicas personas a quienes aparentemente les interesaba cómo me encontrara yo en ese momento, pero nada más. Con uno en el trabajo y la otra en la escuela, ninguno tuvo realmente la disposición para mantener mi ritmo y tenerme entretenido. Lo siguiente fue tratar de dormir; yo también me encontraba muy cansado después de lo acontecido en la noche, pero tampoco lo conseguí. Pasé sentado en el suelo al rededor de una hora tratando de unirme a Morfeo, pero todo intento fue futil. El sol salió y toda esperanza de dormir murió con el primer rayo de luz.

Así las cosas, no me quedó de otra que activar el modo de emergencia, también llamado modo hiperactivo.

Fue así como pasé toda la mañana caminando de aquí para allá, como un zombie sin rumbo. Ocasionalmente visitaba a mis ex-compañeros de parranda, quienes a lo sumo emitían gruñidos antes de volver a su estado de semivigilia. Entonces volvía a mi lugar en la fila y el ánimo de la gente de ahí no distaba mucho de la de los otros. Terminé caminando en círculos por la calle, del Palacio de los Deportes al metro y viceversa. Una y otra vez.

A las 8 pude relajarme un poco cuando alguien sacó un radio y sintonizamos El Club de los Beatles en Universal Stereo. El locutor Manuel Guerrero habló con emoción sobre la venta al público que en unas horas se iniciaría, y deseó suerte a los radioescuchas cuando comenzaran la caza por el preciado tesoro.

-Nosotros ya estamos aquí, no necesitamos suerte -se jactó alguien-, tendremos un buen boleto.

Todos sonreímos.

Acompañé el programa con una torta de tamal y un atole (a pesar del sol, esa particular mañana estaba muy fría) y con la boca ocupada, la ansiedad disminuyó un poco.

Las 9 de la mañana. El programa terminó y nos encontrábamos a sólo dos horas de que las taquillas iniciaran labores. Aquélla fue la espera más larga que recuerdo desde que en septiembre pasado estuve contando los días para que me trajeran mi DS que compré en ebay.

Por el lugar que teníamos en la fila, calculamos que a lo mucho en media hora tendríamos nuestros boletos.

Finalmente, luego de que casi me arranco los pocos cabellos que me quedan, dieron las 11 de la mañana. Fue como si el sol saliera por primera vez: las desganadas caras se iluminaron y toda expresión de cansancio fue reemplazada por una sonrisa cálida como esa mañana de abril. Las taquillas abrieron sus puesrtas y... en sus marcas, listos, ¡FUERA!

¡Momento! Apenas comenzó la venta, una bola de sujetos que jamás se habían formado pero que llevaban algún rato observando, se amontonaron al inicio de la fila y a punta de empujones, consiguieron meterse y ser los primeros en tener acceso a los boletos. Los sujetos entraron, compraron sus boletos y respondieron a nuestras mentadas de madre con pifias miradas. Después de tanta espera, para algunos pareciera que el destino conspiraba para que no consiguiéramos las preciadas entradas; para otros por el contrario, después de haber esperado una noche, aguardar los cinco minutos extra que esos tipos nos hicieron perder, era cosa de nada.

Salvo que ante un evento de esta magnitud, los boletos seguramente se estarían vendiendo como pan caliente en los otros medios (por teléfono e internet; no hubo venta disponible en tiendas y centros Ticketmaster) y cada boleto contaba; cada instante perdido era una oportunidad menos para tener el asiento ideal. La tensión volvió al ambiente cuando la fila comenzó a alentarse misteriosamente.

Algunos minutos más tarde, no serían más de las 11 y media, una voz salió de los altoparlantes del Palacio:
-Les informamos que los boletos para Paul McCartney se han agotado. Repito: ya no hay boletos para Paul McCartney.

NNNNNNNNNNNNNNNNNNNOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!

¿QUÉ? ¡O sea cómo?!

¡No es posible! Los boletos nunca se acaban en menos de media hora; mucho menos con los centros Ticketmaster cerrados. Nel, algo estaba mal. Los gritos no se hicieron esperar. Hubo reclamos, hubo insultos, hubo incertidumbre. Mucha incertidumbre. "Es una broma", decían algunos, "lo dicen para que nos calmemos y nos organicemos mejor".

No, no era ninguna broma. Pasaban ya de las 12 y la venta no se reiniciaba, definitivamente hablaron en serio desde la primera vez. Ya no había boletos, y si los había, ya no estaban en venta. Extraño misterio de la vida.

Pero por supuesto que no tardó en salir el peine: a lo lejos, se escuchó que alguien en la calle comenzó a decir, casi tímidamente:

-¡Lleve sus boletos para Paul McCartney, aquí hay boletos para Paul!

¡Hijos de la chingada! ¡Revendedores! Ahora todo había quedado claro: los diez-veinte señores que se metieron en la fila eran revendedores y ellos se llevaron todo. ¡¿Cómo era posible semejante barbaridad?! Que entre tan pocas personas se llevaran miles de boletos... era simplemente absurdo. Específicamente se nos había dicho al inicio de la venta que no se podría uno llevar más de 5 boletos por persona y la venta estaba limitada a que nadie podía comprar boletos en distintas zonas (es decir, todos los boletos que compraras debían ser juntos), era aparentemente obvio que los vendedores habían implementado estas medidas precisamente para evitar la reventa... pero después salen con que no puedes comprar 6 boletos, pero sí 600. En pocas palabras, el chiste no fue impedir la preventa, sino impedir la preventa informal y dejar que los profesionales de esta sucia actividad hicieran su negociito. Y vaya que lo hicieron. Por mí que se vayan al carajo.

Consignas de "¡Reventa! ¡Reventa!", "¡Revendedores amafiados!" e "hijos de la chingada!" no se hicieron esperar. Estuvimos esperando ahí TODA LA NOCHE, en el frio, a la interperie, borrachos, ¿y todo para qué? ¡Para ver como esos imbéciles se acabaron todo en media hora! No se vale, me cae que no se vale.

Confusión e incertidumbre reinaban en el Palacio de los Deportes, pues muchos (su servilleta entre ellos) creíamos que todo era una broma, que en un rato las cosas volverían a la normalidad y en cosa de un ratito saldríamos con nuestro boletito en mano. Pero nel, ni madres.

La gente comenzó a irse y poco a poco la fila que le daba la vuelta a la manzana quedó convertida en una pequeña línea, no más larga que la que yo había contrado en la noche. El panorama era desolador y con el calor del mediodía, decir que lucía como un desierto es más que una metáfora, un preciso retrato de cómo lucía el panorama.

Pasamos un buen rato repitiendo identica cantaleta, nuestras quejas y reclamos a los policías, así como nuestra conversación interna, eran siempre la misma monserga. No veo cómo es que no terminamos hartos de nosotros mismos. Con decir que hasta yo me estoy aburriendo ya de escribir esto...

El caso es que la desesperanza se convirtió en la nota principal de una canción de protesta cuando el contexto lo permitió: después de algún rato, un sujeto, con toda la calma del mundo, se acercó a uno de los policías en el acceso a las taquillas (que ya estaba bloqueado) y le susurró algo al oído; el gendarme asintió y caminó hasta desaparacer; volvería unos instantes más tarde con un fajo de boletos (yo calculo haber visto por lo menos cinco decenas) y se los extendió con la naturalidad de un saludo entre camaradas.

-¡Mírenlo! -señaló una chica que a lo mucho recien alcanzó la mayoría de edad- ¡Ese hijo de la chingada tiene boletos! ¡Policías corruptos!, ¿no que ya no había boletos?

En ese momento la multitud que quedaba se dividió. Unos salieron tras el cerdo y al darle alcance le suministraron unos bien merecidos putazos, pero el muy cabrón no soltó los boletos y se dio a la fuga; el resto nos amontonamos en torno a los policias reclamando su descaro por hacer eso en nuestras propias narices.

Ante tal situación, sólo hubo un remedio: ¡REBELIOOOÓN! La gente se organizó y una manifestación fue planeada. El objetivo era tomar Avenida Churubusco y bloquear el acceso vehicular hasta que se reabriera la venta (cancelando los boletos de los hijosdeputa, supongo) o que se nos permitiera expresar nuestra queja al presidente de OCESA. ¡Al presidente de Ocesa, háganme el favor! Eso sí que es ser optimista. Caramba, ellos debieron haber estado rpesentes en el fraude de 2006: habrían pedido hablar con el presidente del IFE y hubieran solucionado ellos solitos el fraude que puso en el poder al espurio. Sí, claro, ajá, power to the people...

Un puñado de gente realista permaneció apática en la "fila" de boletos, que en realidad ya era una mancha de gente arremolinada en torno a los policías. Giovanni y sus amigos me contaron que semanas atrás, cuando se vendieron los boletos para Metallica, todos se terminaron en un rato, pero que después de un par de horas, sin decir agua va, abrieron una nueva fecha el mismo día, permitiendo que todos los que estaban formados alcanzaran boletos, y juraron que harían lo mismo esta vez:
-Quédate otro rato -me decía-, vas a ver que en un ratito abren otra fecha y nosotros estamos hasta adelante, seremos los primeros en comprar y tendremos los mejores lugares. Tú aguanta.

Pero nunca sucedió tal milagro; sin importar el discurso de "México es tierra beatle, awebo que habrá un segundo concierto", las cosas jamás cambiaron. Dieron las 3 de la tarde y no se abrió tal fecha (no que yo hubeira creído en su promesa). Además, de abrir más conciertos, no se venderían ese mismo día tan informalmente. Mucho menos cuando ya no habian más de veinte personas allí.

Sin embargo, algo me forzaba a permanecer en ese campo de hastío. Una fuerza desconocida no me dejaba ir. Hasta que uno de los pocos presentes comenzó a cantar para animarnos. A lo lejos escuché la voz que de manera apagada, cantaba "Hey Jude, don't make it bad... Take a sad song and make it better" como un consuelo resignado que en mí causó el efecto contrario: una lágrima brotó de mi mejilla derecha y en ese mismo segundo supe que era demasiado; me despedí de Hugo y sus amigos, tristísimos también, y les deseé suerte. "Me voy", farfullé y sin escalas, me encaminé al metro para iniciar el retorno a casa. Oficialmente me había rendido. No habría Paul McCartney para mí.

2 comentarios:

The retro girl dijo...

Chale bro...

Tienes pañuelitos?

:(

Que hijos de su putísima madre!!!

Lo bueno es que la historia terminó en final feliz y ya estás contando las horas para ver a MaccadeRendón.

Veggie Popper dijo...

LOL, Macca de Rendón! Sigue soñando sis, sigue soñando... :P

Y ya ni me quiero acordar de ese día de abril...