domingo, 14 de febrero de 2010

Feliz San Valentín

Ciudad Universitaria estaba hecha un carnaval. No cabía duda de que era 14 de febrero: listones de color rosas, rojos y blancos caían de las ventanas de los edificios y Las Islas estaban infestadas de puestos de comida, tiendas de regalos y kioskos de cartón que representaban registros civiles. Mención aparte debo hacer del increíble sistema de sonido, lo suficientemente potente para que todo el lugar pudiera escuchar la música transmitida. El sitio daba la impresión de ser una kermesse gigante: la única diferencia es que en lugar de pubertos inverbes, los asistentes eran post-adolescentes y veinteañeros.
Y todo esto en día hábil; no puedo concebir cómo es que los estudiantes eran capaces de atender a sus clases con tanto ruido y el pintoresco paisaje vislumbrándose por las ventanas.
Ahí es donde entro yo: estudiante de 19 años de Letras Inglesas, en la Facultad de Filosofía y Letras. Después de mi primera clase, supe que sería imposible concentrarme en algo que no fuera el bullicio que me invadía sin pudor. Resolví pasar el día haciendo dibujos en mi cuaderno. No podía irme, ya que a la 1 de la tarde pasaría a recogerte a la Facultad de Derecho; debía soportar pues, tal calvario. Además, probablemente te gustaría formar parte del caos total. En realidad estoy seguro de eso: en cuanto te viera me pedirías que fuéramos para allá; comeríamos hasta reventar nuestras barrigas y después me pedirás que baile contigo aunque bien sabes que soy un total desastre para llevar el ritmo con mis pies. Y si nos da el ocaso, te pondrás romántica y me recitarás una rima cubierta de azúcar, aderezada con miel, esperando que yo haga lo mismo. “Yo estudio para novelista, no para poeta”, te diré, y tú reclamarás: “Es lo mismo, eres escritor”. La verdad es que sí te escribo poemas, pero no te los muestro porque me quedan horribles, lo mío es sin lugar a dudas la narrativa. Si te declamo algo inspirado por ti, será tan malo que pensarás que lo hice sin entusiasmo o que eres una mala musa, por eso preferiría decirte algo directo, pero como siempre, terminaré cediendo, y aunque pienses que mis palabras son torpes, dirás que soy un amor.
Para ser franco, mi idea de un San Valentín contigo es algo más íntimo: abandonar las instalaciones universitarias para ir al cine, sentarnos a debatir un rato (¿llevan alguna materia filosófica en tu carrera?); me encanta verte reír, pero también adoro la mueca de enfado que haces cuando estás en desacuerdo con una de mis posturas: la forma en que tuerces la boca, dejando asomar tu colmillo izquierdo que es más largo que el resto de tu dentadura es simplemente maravillosa. Incluso tú “¡Ay, Rodolfo! ¡Tú no entiendes!” que pronuncias cuando he drenado toda tu paciencia me enternece hasta la muerte. Si nos da tiempo, te llevaría a mi casa a cocinarte un pastel; mi abuela me enseñó una receta de un pastel de zarzamora que sé que te encantaría y lo comeríamos mientras miramos la puesta del sol que desde la ventana de mi alcoba se ve divina; por mí, quédate a dormir (¡a vivir!) conmigo, pero no, tus padres te protegen demasiado, pondrían el grito en el cielo… Cierto, tienes apenas 17 años, pero no eres nada inocente, tus padres protegen con harto recelo un tesoro que no saben que yo robé hace ya algo de tiempo. Por no decir que fuiste tú misma quien me lo ofreció.
Después de este alucine, descubro que quizás lo único en lo que coincido contigo sea en lo del ocaso, pero sin la parte donde te digo rimas gastadas. Somos tan opuestos que nos complementamos. Porque no somos diferentes: tenemos distintos gustos, pero los mismos intereses; corremos en el mismo camino, sólo que cada quien lo hace a su manera y así cada uno llena las carencias del otro, ayudando a superar los obstáculos en la pista.

Y bien, la hora ha llegado, es la una de la tarde y mis clases se terminaron. Suerte que tu facultad esté a no más de veinte pasos de la mía. Me pregunto cómo irás vestida… ¿Llevarás esa boina que tanto me gusta? ¿O simplemente te amarrarás el cabello en una coleta? No, eres demasiado vanidosa para eso, tienes que lucir despampanante en una fecha como ésta, incluso si no eres realmente lo que la sociedad calificaría como una belleza. Pero para mí lo eres, y lo serías aun si fueras con tus peores fachas.
¡No me equivoqué! Llevas esa boina; te dije que te conozco. Hace perfecto juego con tus pantalones, del mismo color; la blusa amarilla te da un aire exhuberante, de jovialidad. Por supuesto, me tienes a mí, ¿cómo no serías feliz? En cuanto a mí, hice lo que pude: me coloqué mis jeans menos desgastados y tuve la decencia de ponerme una camisa. Es una camisa púrpura.
-No te queda ese color de camisa –me dices –con unos jeans de color claro; tú no tienes sentido de la moda.
-Por eso soy escritor –respondo entusiasta–… Y por eso te tengo a ti amor: para que seas mi modista personal.
Ríes suavemente. Te tomó de la mano. Estamos en la entrada de tu salón. Dos chicas salen y se colocan detrás de ti. Son Nidia y Esther, tus mejores amigas; Nidia es una buena persona, me cae bien; a Esther nunca la he tratado, sinceramente me infunde un poco de miedo.
Nidia acaba de susurrarte algo. Me parece que dijo “dile ya”. Miro con curiosidad, me devuelves la mirada y anuncias:
-Dice Nidia que si pueden ir con nosotros.
No entiendo.
-Ninguna de las dos tiene novio –comienzas a explicarme– y no quieren estar solas, prefieren quedarse con nosotros. Àndale amor.
-Además –añade Esther– yo tengo clases en Química a las 3. No estaré con ustedes mucho rato.
-Y yo –concluye Nidia– me iré en cuanto dejemos a Esther en su escuela, así no les haré mal tercio después.
Frecuentas a Nidia desde que íbamos en preparatoria y ya entonces era tu mejor amiga. Era a ella a quien quería ligarme cuando las conocí; que las cosas salieran distintas fue un agradable giro del destino, pero debido a ello es que esa muchacha le tengo un especial afecto y por ser como tu hermana, sé que siempre estarás en buenas manos si un día yo te hago falta, confío tanto en ella que me es imposible decirle que no a su petición.
Impedido de rechazar tal propuesta, termino aceptando. Comprendo que una vez que nos quedemos a solas, bajo el argumento de que ya no tendremos nada que hacer cuando tus amigas se hayan ido podré llevarte a otro lugar y seguir mi plan. Pero eso no te lo diré sino hasta que llegue el momento adecuado; por ahora me limito a asentir con la cabeza. Emocionada, me das un fuerte abrazo y una vez que me has soltado nos vamos juntos los cuatro.
A pesar de todo intentaré estar a solas contigo lo más pronto posible. Esther es guapa, ella podrá conseguirse galán fácilmente en esta kermesse masiva; la que me preocupa es Nidia, que es menos agraciada y además es bastante tímida.
Detrás de la Biblioteca Central hay una enorme lona, y parece ser que hay mucha gente. Esther anota:
-Han de estar regalando algo.
-Condones quizás –respondo con una risa; tú reaccionas con un pequeño golpe en mi brazo pero también ríes.
-Sea lo que sea, no lo sabremos si no vamos a ver nosotros mismos –sugiere Nidia.
En seguida nos encaminamos hacia allá. “Perfecto, ojalá encuentren algo que las haga querer separarse de nosotros”, pienso. Aunque no tengo nada contra las amigas de mi chica (porque eres mi chica), me siento incómodo al besarte enfrente de ellas; en todo el rato no he pasado de sostenerte la mano y ocasionales besos en la mejillas. Y con lo frío que está el día…
Tus amigas parecen preocupadas por las tareas escolares a pesar de que mañana no hay clases porque comienza el fin de semana. Y la discusión sobre los trabajos pendientes roba tu atención de manera contundente. Debo ser demasiado patético para que algo tan sencillo te aparte de mí. No encuentro táctica de recuperación alguna, y en mi momento de desesperación, te pellizco una nalga.
-¡Ay! ¡Eres un pervertido! –Me dices hipócritamente: tú acabas de darme una nalgada.
Las cosas comienzan a calentarse y estamos entrando en ambiente. Por fin arribamos a la explanada con la lona gigante. Una banda está tocando. No suena nada mal; de hecho suenan mucho mejor que la banda de mis amigos de la prepa. Están tocando covers. Al llegar suena “Conquest” de los White Stripes. Qué selección tan retorcida para un 14 de febrero; sonrío maliciosamente con la música. Nidia y Esther golpean el suelo con sus pies al ritmo de la música. Tú me dices que esa canción no te gusta y yo, por molestarte (¿te dije que me encanta cuando frunces el ceño?) comienzo a cantarte en voz alta. Retrocedes unos pasos y finalmente te echas a correr.
Te persigo por todo el jardín mientras tus dos amigas permanecen en su lugar. La canción ha terminado y el conjunto musical agradece los aplausos. Justo en el momento en que comienzan a tocar la siguiente canción (apropiadamente “Kiss Me” de Sixpense Non the Richer), te doy alcance por la cintura, te giro hacia mí y te planto un beso.
Todo es felicidad.

Han pasado ya dos horas. La banda tocó impecablemente y dejó a todo el mundo satisfecho; el cielo está despejado permitiendo que el sol ilumine con su calor a las felices parejas, ya sea las que hoy se reunieron o las que nacieron durante el concierto. Nidia lleva media hora platicando con un sujeto de apariencia nada despreciable: de cabello castaño, con un liso perfecto y ojos color miel, la piel blanca y sonrosada… quisiera ser la mitad de guapo que ese hombre; siempre supe que su carisma la llevaría lejos. La guapa Esther, en cambio, ha pasado el rato besuqueándose con cuantas personas se le han puesto enfrente y ni siquiera está ebria. Sí que sabe divertirse, aunque no es lo que yo preferiría.
El cantante despide al público y les recuerda que use condón en la noche. La gente ríe y comienza a dispersarse. Tú y yo perdimos la noción del tiempo y de todo nuestro entorno. De habernos preguntado las canciones que los músicos interpretaron, no habríamos pasado de las primeras dos.
Ahí estábamos tú y yo, tomados de las manos; ante nuestros se desenvolvía toda la explanada central del campus, “Las Islas”; las facultades de Filosofía, Derecho, Economía, Ingeniería y Arquitectura se alzaban a nuestro alrededor como una fortaleza de nuestro amor. La vista, sobra decirlo, era maravillosa.
Miré mi reloj, noté que ya eran las 3 p.m. y se los hice saber.
-¿De verdad? –grita Esther sin poder dar cuenta de lo que acabo de decir– ¡Tengo que llegar a clases!
-Tranquila –le dice Nidia–, bien sabes que tus profesores no llegan a la hora en punto y menos en un día como hoy; estarán iniciando clases en unos veinte minutos. Todavía tenemos tiempo para llegar allá caminando.
-¡Ni madres! –interrumpe Esther– No me voy a arriesgar a llegar tarde, el maestro de la primera clase es un mamón de primera. No perdona a quien entra al salón un minuto tarde.
Dicho lo cual, tu amiga salió corriendo, dejándonos atónitos. Me pareció algo divertido y nosotros hicimos lo mismo:
-¿Están listas chicas? –dije excitado– Uno… dos… y…
-¡Tres! –Gritaron juntas.
Los tres nos lanzamos en una carrera intentando alcanzar a Esther. Cuando percibí que Nidia empezaba a disminuir la velocidad, cerca del callejón que se forma entre el Anexo de la Facultad de Derecho y la Facultad de Economía, la tomé de la mano para que no nos perdiera el paso. Temiendo que te encelaras (no que seas celosa, pero siempre hay que prevenir) y para evitar que tú también te cansaras, hice lo mismo contigo. Noté que la mano de tu mejor amiga se encontraba más sudorosa que la tuya y la mía, lo cual me puso nervioso. Las dos mujeres que más me gustaron en el bachillerato, literalmente en mis manos. ¿Excitante? Por supuesto.
Ustedes dos, en cambio, se mostraban divertidas con el jueguito que nos traíamos. Cuando pasamos Economía, nos topamos con una pendiente que daba a Odontología y después de ella sólo había que girar a la derecha para llegar a la Facultad de Química. Les advertí que cuidaran sus pasos y se agarraran bien de mí para que no se tropezaran en la bajada al descontrolarse por el aumento de velocidad y la gravedad incrementada.
Como un par de niñas, una risa incontenible las atacó en cuanto el viento chocó con sus rostros al acelerar durante ese tramo.
-¡Giren! –grité al momento oportuno para encaminarnos a la recta final que nos llevaría a la escuela de Esther, si bien yo estaba seguro de que ya no le daríamos alcance pues seguramente se encontraba en su salón para ese momento.
Grande fue nuestra sorpresa el arribar a dicha Facultad. El lugar estaba hecho una fiesta, inclusive había más escándalo que en la explanada principal de donde veníamos.
Más tranquilos, buscamos a Esther. Necesitaba encontrarla para entregarle a Nidia y así quedarme a solas contigo y llevarte a mi casa. Mientras recorríamos el patio una voz familiar gritó en dirección nuestra:
-¡No puede ser! Pero si es…
César te reconoció al instante, incluso desde lejos. Nunca olvidaré a ese tipo, tu exnovio en el último año de prepa, siempre tan arrogante conmigo. Y sé que hoy me odia, porque al final yo me quedé contigo. En cuanto a mí, me importa un comino lo que haga con su vida.
El imbécil se acercó a nosotros y te saludó efusivamente, por no decir que te abrazó con extremo cariño. A Nidia le dio un amable pero convencional beso en la mejilla y a mí simplemente me dirigió un frío “hola”. Sin perder el tiempo, se volvió a ti y continuó su efusiva bienvenida:
-¿Qué los trae por aquí, amigos? –¡Argh! ¡Hipócrita! Si él siempre fue un desgraciado con la pobre Nidia. Cuántas veces tuve que defenderla de sus burlas; incluso a ti te dejó muy mal parada cuando te puso el cuerno con una zorra de quinto año. Pero allá él, que gracias a eso pude acercarme más a ti y conquistarte.
-Venimos a ver a Esther, ¿sí te acuerdas de ella, verdad? –le explicaste; él asintió con un gesto –Ella estudia aquí y la estamos buscando; ¿le has visto?
-No… pero cuéntenme, ¿qué ha sido de sus vidas? ¿Siguen juntos ustedes dos?
-Claro que sí –dije con una exagerada sonrisa, tomándote de la cintura –y así será por mucho tiempo, ¿verdad mi amor?
-Así es –agregaste–, ¿quién lo quiere, quién lo quiere, mi bebé?
Nos dimos un par de besos rápidos en la boca y luego sonreí. El idiota nos felicitó de manera poco convincente, y puntualizó:
-Está bien… me alegró por ustedes… y perdónenme si en el pasado me comporté como un desgraciado… –luego me miró, me llamó por mi nombre y me dijo:– ¿Me la prestas por unos minutos? Prometo no hacer nada, sólo quisiera hablar con ella y aclarar algunas cosas.
No supe qué responder. Busqué tu mirada esperando un gesto que solucionara mi dilema. Finalmente me diste la solución, aunque no la que yo esperaba… Aceptaste ir con él. Dudoso e inseguro, te dejé ir, y me fui caminando con tu mejor amiga.
-No te preocupes, te la cuidaré bien –concluyó él con cinismo mientras nos alejábamos.
Desde una jardinera te estuvimos observando. Nidia me expresó el amor que te tiene y el odio que debido a ello siente por tu exnovio. Pasamos los siguientes minutos echando pestes del susodicho; fue tan entretenido y relajante que por unos instantes dejé de preocuparme de ti. Comprendí entonces cuán importante es Nidia para mí. Cierto, tú eres mi novia y la persona que yo más amo. Pero Nidia es como mi hermana, y creo que la aprecio tanto como a ti. Y eso no está mal. Es el poder de la amistad, que a final de cuentas también es un sentimiento y por ende una expresión de amor. Además, ustedes dos se quieren tanto que yo jamás podría separarlas, y con toda seguridad me dejarías a mí antes que a ella. Somos un trío, ustedes dos son mi segunda familia.
Agradecí a Nidia su apoyo en esta situación con un abrazo. Cuando nos separamos ella señaló en dirección a la que te habías ido, diciendo con una expresión de espanto:
-¡Mira!
Lancé mis ojos hacia donde ella había señalado. Tú venías de regreso, envuelta en lágrimas. Nos contaste cómo trató de obtener no sólo tu perdón, sino también una segunda oportunidad. Y por alguna extraña razón, tú se la diste. Él te besó y…
Estallé en cólera cuando mencionaste el beso. ¿Por qué? ¿Por qué carajos lo hiciste? No supiste bien qué decir, pero balbuceaste algo sobre lo conmovedoras que fueron sus palabras, que él dijo seguirte amando, que prometió amarte más de lo que yo jamás lo haría y finalmente te robó el beso.
Pero igualmente admitiste que no lo hizo mal y que por un instante quisiste tener una aventura y divertirte un rato para descansar de mis cursilerías (¡¿qué?! Pero si soy meloso contigo es porque tú así lo pides). No dijiste nada sobre extender el momento a una relación clandestina propiamente dicha, insististe en que solamente sería ese beso. Y te creo. Te creo y siempre te creeré. Así de ingenuo es el amor.
Además en cuanto terminó tu fechoría recibiste tu castigo, cuando una chica rubia, alta y de cuerpo perfectamente torneado se acercó a tu cómplice y lo saludó con un beso en la boca. Él la abrazó por la cintura; “lo siento, ella es mi novia” se explicó. Le reclamaste por su discurso sobre que todavía te ama y lo de querer una segunda oportunidad para conquistarte. “Sé que te gustan las palabras dulces, así que caerías. No me iba a morir sin besarte algún día y por eso lo hice; lo siento, pero estuvo chido, feliz San Valentín” fueron sus palabras finales, las que hicieron explotar tus ojos salpicando tu precioso rostro de un fluido agrio como tu propio malestar. Por eso llegaste hecha un desastre con Nidia y yo.
-Perdóname Nidia, pero no quiero estar aquí, ¿te molesta si te dejamos aquí? –aun en un momento de tragedia, no perdiste la cordura con tu mejor amiga.
Ella accedió y dijo que no te preocuparas, que lo comprendía todo. Nos dio su bendición y un último abrazo. Se expresaron su amor con fuerza tal que pareciera que jamás volverían a verse.
-Cuídala mucho –me dijo poniendo su mano en mi hombro. Repitió la misma frase casi en un susurro mientras tú y yo nos alejábamos.

Caminamos hasta el metro Copilco donde tomamos un camión que nos dejó a una cuadra de mi casa. Todo el camino estuviste callada. Tus llantos habían cesado y aparentabas tranquilidad. Empero, tu respiración se delataba agitada. ¿Cómo podría convencerte que no tenía rencores? Todo fue culpa de aquel infeliz, y está comprobado científicamente que la monogamia no es parte del instinto humano, por lo que siempre estuve dispuesto a aceptar que algún día te echarías una cana al aire y eso no me molestaría siempre que no me dejaras de querer; probablemente esa misma tarde, de no haber vuelto tan pronto, yo me hubiese besado también con Nidia y no habría cambiado un ápice mis sentimientos por ti. O tal vez no… precisamente porque te quiero tanto probablemente me negaría a cualquier impulso. De un modo u otro, a oportunidad no se presentó y ya nunca sabré qué tan leal puedo serte.
Una vez que llegamos a mi casa, te senté en mi cama (qué bueno que mi hermano mayor ya no vive con nosotros y que mis dos padres trabajan de sol a sol) y con mi propia sábana enjugué tus lágrimas. Después, para mostrarte mi amor absoluto, yo mismo chupé la tela como queriendo absorber el residuo que en ella había quedado. Sonreíste tímidamente y me abrazaste. Besé tus mejillas y tú mi cuello. En cuestión de minutos, estábamos haciendo el amor.
Cuando terminamos, permanecimos desnudos. Me pediste que así fuera para que los dos nos purificáramos de todo lo que había ocurrido esa fatídica tarde. Acepté sólo para poder ver tu ombligo, que rara vez muestras. Reconozco que al principio me sentí avergonzado: mi cuerpo lampiño me da la apariencia de un puberto de doce años, no soy nada agraciado y finalmente mi casa es un lugar de locos, irónicamente es el último lugar en el que me pasearía desnudo.
Pero al tenerte aquí, ataviada con las mismas ropas que yo, por primera vez sentí que ese lugar era mi hogar. Tú así lo hiciste.
-¿Quieres que te haga un pastel de queso con zarzamora? Sé que te encantará, cariño
-Está bien, lindo.
-¿Quieres ayudarme?
-¡Seguro!
Cocinar ese pastel fue más erótico que hacer el amor para ser sincero. Al final, terminamos embarrados de queso crema y como es obvio, nos limpiamos el uno al otro con nuestras propias lenguas. En mi sillón. Mientras el pastel se horneaba. Ahí mismo, en el sofá color púrpura en el que veo televisión desde niño, volvimos a hacer el amor. Fue suculento. Eres una delicia, amada mía.
-Después de esto –te dije mientras seguías jadeando–, ¿todavía crees que valía la pena besarte con ese sujeto? ¿Aún dudas de mí?
-¡Para nada! –me dijiste riendo. Te veías tan hermosa esa tarde.
-Te amo.
-Y yo a ti.
El pastel terminó de hornearse. Tú misma lo sacaste del hornito en mi cocina y lo metiste en el refrigerador. Mientras se enfriaba, escuchamos música. Sé cuánto amas “Love Me Tender” de Elvis Presley por lo cual fue la primera canción que programé en mi computadora, conectada a un par de potentes bocinas. Bailamos la melodía; fue algo suave y lento.
La canción terminó y sonó “Soñé” de Zoé. Al mismo tiempo que tú la cantabas, fui por la tarta y te la entregué. La coloqué en tus manos junto con un enorme y filoso cuchillo. Cortaste un pedazo y le diste una mordida. Con tus propias manos, llevaste el mismo pedazo a mi boca para que yo también le diera un mordisco.
-Mmm –dijiste.
-Sabía que te encantaría.
Cortaste otro pedazo para mí y lo colocaste en mis manos. Cada quien comió su pieza lentamente. Engullías con alegría tal que no dejé de pensar en lo hermosa que te mirabas en ese preciso momento. Supe que de alguna u otra manera, tendría que inmortalizar el instante.
Terminé mi bocado un poco antes que tú. Fui a dejar el plato con lo que quedaba de pastel y lo dejé en la mesa de la cocina. Volví hasta ti y te tomé del cuello por la espalda; acaricié tus senos y metí un dedo en tu vagina. Tú lanzaste un tenue gemido ahogado por tu ruido al tragar el último bocado de tu postre. Seguí abrazándote; cerraste los ojos en medio del placer.
-¿Qué es eso? –preguntaste al sentir algo frío y ligeramente cortante.
-Oh, nada mi amor. Sólo estoy jugando. –Reíste, sentiste coquillas.
Con la punta del cuchillo recorrí tu cuerpo hasta llegar a tu garganta. Antes de que pudieras darte cuenta, tiré enérgicamente. La sangre salpicó con tal fuerza que el plato donde otrora estuviera servido tu pedazo de pastel, quedó manchado de un tinte rojo. Te dejé caer. Hiciste un ruido seco al golpear el piso. Inerte. Bella. Tú.
Tu cabeza es un lindo trofeo en mi recámara. No sabes lo hermosa que te ves, con tus ojos abiertos y vivarachos. Sé que él te lastimó querida mía; ahora ya no podrás sufrir más, y yo te tengo para mí solo. Nunca más te arriesgarás a dejarme por imbéciles que no te merezcan y te lastimen. De ese modo, todos ganamos.
Feliz San Valentín querida mía. Te amo.

5 comentarios:

Jaime dijo...

El final me recuerda a un número de Jhonny the Homicidal Maniac, donde su conciencia le dice que esa será la única vez en su vida que será feliz, entonces Jhonny decide inmortalizar el momento de la misma manera que Adolfo, solo que ésta sería la única víctima que saldría con vida de las garras de "NNY"

Se trata de un cómic obra de Jonen Vasquez (Invasor Zim, I Feel Sick) te lo recomiendo mucho :D

G. dijo...

Ahhhh...me identifiqué con el final. Yo haría lo mismo xDDD

Esa es la razón numero uno d epro que no tienes novia...saca el cobre después (sin albur) xDDDD

The retro girl dijo...

AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!

muy muy bueno!!!!

En buena onda.... bastante bueno.

Checa tu mail (en buen plan XD)

Unknown dijo...

Worales!! Te la rifaste! Jajaja! Debo admitir que cuando llegué al final, sí estaba espantada! Me encantó lo de la rola de Zoé ;)

Charro Negro dijo...

sigo sin terminar de leer esta madre!!! maldita sean mis ojos!!!